Divulgando la cultura en dos idiómas.

Clinical Researchers Give Medicine a Necessary Shot in the Arm 

By Kurt Amsler

Researchers at the University of Maryland recently announced a potential breakthrough in “neuropathic” pain — pain that results from malfunctioning or damaged nerves. Neuropathic pain afflicts 100 million Americans and costs the nation over half a trillion dollars every year.
Though the condition isn’t caused by physical trauma, it can create a phantom sensation ranging from mild discomfort to debilitating agony. The Maryland researchers developed a new technique that uses ultrasound waves to neutralize pain.
That research team has a distinctive feature: It’s composed of physician-scientists. These specialized healthcare providers treat patients while conducting research to develop new medicines and procedures.
Unfortunately, the physician-scientist is an endangered species. Our country is suffering a severe and growing shortage. If we don’t reverse this trend, patients could lose out on life-saving treatments.
Physician-scientists’ formal training includes both a medical degree and a Ph.D. in the biological and/or physical sciences. Unlike typical researchers, physician-scientists have an intimate perspective of the patient experience. They bring those insights into the laboratory, where they guide research and the discovery process.
Shortly after the University of Maryland team announced its breakthrough, a physician-scientist at Cedars-Sinai Medical Center in Los Angeles discovered a blood protein linked to a common type of heart failure. Other research teams failed to find such a clear biomarker. This finding will likely be used to create a simple blood test to determine patients’ risk of developing a catastrophic heart condition.
And in June, a group of physician-scientists at Oregon Health & Science University published research on a compound that could stop cancer cells from spreading throughout the body.
Such monumental discoveries are the specialty of the physician-scientist and the benefit of blending practical medicine with academic research.
Physician-scientists also help patients make informed decisions. They’re well-equipped to see through pharmaceutical and medical device marketing that saturates the health care industry.
Consider the story of Dr. Jalees Rehman, a physician-scientist at the University of Illinois. Dr. Rehman recalled a patient asking him about a heart procedure offered by a private clinic in Thailand. Thai doctors would treat the patient’s advanced heart disease with a bone marrow injection. The stem cells in the marrow would, supposedly, heal damaged valves, chambers, and nerves.
Dr. Rehman knew the procedure was bogus: bone marrow contains few stems cells and the injection process presented enormous health risks. He successfully deterred the patient from undergoing the procedure. 
It’s increasingly difficult for patients to receive informed advice. Between 2003 and 2012, the population of physician-scientists shrunk by nearly 6 percent. Today, physician-scientists represent just one out of every 100 doctors. 
It’s imperative to grow a new crop of physician-scientists. If we don’t, medical innovation could stagnate.
More federal funding for young physician-scientists would help tremendously. Currently, most funding goes to physician-scientists who are already well established in their respective fields. From 2012 to 2017, nearly six in 10 NIH pediatric research grants went to senior-level physician-scientists. When young physician-scientists can’t secure grants, they often decide to abandon their research and practice medicine full-time. 
Institutions of higher education also have a role to play. Schools that only offer traditional medical degrees could create physician-scientist programs to attract young people to the profession. My school — the New York Institute of Technology College of Osteopathic Medicine — recently launched a seven-year D.O./Ph.D. program. 
Physician-scientists bridge the gap between scientific theory and practical medicine. We need to boost their ranks. 

Kurt Amsler, Ph.D., is a professor of biomedical sciences at New York Institute of Technology College of Osteopathic Medicine.


Investigadores clínicos dan a la medicina una vacuna necesaria en el brazo

Investigadores de la Universidad de Maryland anunció recientemente un posible avance en el dolor “neuropático”: dolor que resulta de un funcionamiento incorrecto o de un daño en los nervios. El dolor neuropático aflige a 100 millones de estadounidenses y le cuesta a la nación más de medio billón de dólares cada año.
Aunque la condición no es causada por un trauma físico, puede crear una sensación fantasma que va desde una leve molestia hasta una agonía debilitante. Los investigadores de Maryland desarrollaron una técnica que usa ondas ultrasónicas para neutralizar el dolor.
Ese equipo de investigación tiene una característica distintiva: está compuesto de médicos-científicos. Estos proveedores de atención médica especializados tratan a pacientes mientras realizan investigaciones para desarrollar nuevos medicamentos y procedimientos.
Desafortunadamente, el médico científico es una especie en peligro de extinción. Nuestro país está sufriendo una grave y creciente escasez. Si no revertimos esta tendencia, los pacientes podrían perder tratamientos que salvan vidas.
La capacitación formal de los médicos-científicos incluyen un título en medicina y un doctorado en ciencias biológicas y/o físicas. A diferencia de los investigadores típicos, los médicos-científicos tienen una perspectiva íntima de la experiencia del paciente. Traen esas ideas al laboratorio, donde guían la investigación y el proceso de descubrimiento.
Poco después de que el equipo de la Universidad de Maryland anunció su avance, un médico científico del Centro Médico Cedars-Sinai en Los Ángeles descubrió una proteína de la sangre relacionada con un tipo común de insuficiencia cardíaca. Otros equipos de investigación no pudieron encontrar un biomarcador tan claro. Este hallazgo probablemente se usará para crear un análisis de sangre simple para determinar el riesgo de los pacientes de desarrollar una afección cardíaca catastrófica.
Y en junio, un grupo de médicos-científicos en la Universidad de Salud y Ciencias de Oregón publicó una investigación sobre un compuesto que podría evitar que las células cancerígenas se diseminen por todo el cuerpo.
Tales descubrimientos monumentales son la especialidad del médico científico y el beneficio de combinar la medicina práctica con la investigación académica.
Los médicos-científicos también ayudan a los pacientes a tomar decisiones informadas. Están bien equipados para ver a través de la comercialización de dispositivos médicos y farmacéuticos que saturan la industria del cuidado de la salud.
Considere la historia del Dr. Jalees Rehman, un médico científico de la Universidad de Illinois. El Dr. Rehman recordó a un paciente que le preguntó sobre un procedimiento cardíaco ofrecido por una clínica privada en Tailandia. Los médicos tailandeses tratarían la enfermedad cardíaca del paciente con una inyección de médula ósea. Las células madre en la médula, supuestamente, curarían válvulas, cámaras y nervios dañados.
Dr. Rehman sabía que el procedimiento era falso: la médula ósea contiene pocas células madre y el proceso de inyección presentaba enormes riesgos para la salud. Él logró disuadir con éxito al paciente de someterse al procedimiento.
Es cada vez más difícil para los pacientes recibir asesoramiento informado. Entre 2003 y 2012, la población de médicos-científicos se redujo en casi un 6 por ciento. Hoy en día, los médicos-científicos representan sólo uno de cada 100 médicos.
Es imperativo construir una nueva camada de médicos-científicos. Si no lo hacemos, la innovación médica podría estancarse.
Una mayor financiación federal para los jóvenes médicos-científicos ayudaría enormemente. Actualmente, la mayor parte de la financiación se destina a médicos-científicos que ya están bien establecidos en sus respectivos campos. De 2012 a 2017, casi seis de cada 10 becas de investigación pediátrica de los NIH fueron otorgadas a médicos científicos de alto nivel. Cuando los jóvenes médicos-científicos no pueden obtener subvenciones, a menudo deciden abandonar su investigación y practicar la medicina a tiempo completo.
Las instituciones de educación superior también tienen un papel que desempeñar. Las universidades que sólo ofrecen títulos de medicina tradicionales podrían crear programas médicos-científicos para atraer a jóvenes a la profesión. Mi universidad, la Facultad de Medicina Osteopática del Instituto de Tecnología de Nueva York, lanzó recientemente un programa de medicina y doctorado de siete años.
Los médicos-científicos cierran la brecha entre la teoría científica y la medicina práctica. Necesitamos aumentar sus filas.

Kurt Amsler, Ph.D., es profesor de ciencias biomédicas en la Facultad de Medicina Osteopática del Instituto de Tecnología de Nueva York.

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