Divulgando la cultura en dos idiómas.

El fin del encierro

Tengo miedo. Como todos. Mientras no haya una vacuna o un tratamiento efectivo contra el coronavirus, salir de casa seguirá siendo un riesgo.
Hay familias que llevan más de dos meses en casi total confinamiento y a pesar de ese esfuerzo siguen aumentando los contagios y los muertos. Pero ahora el mundo empieza a reabrirse. Poco a poco.
En cada país es distinto. Pero en todos lados hay una enorme presión para ponerle fin al encierro y regresar a una relativa normalidad. Tan sólo en Estados Unidos, más de 36 millones de personas han perdido sus empleos en un lapso de dos meses. Así que pequeños y grandes negocios están esperando la autorización para abrir sus puertas.
En Estados Unidos hay más muertos y contagiados que en cualquier otra parte del planeta. Y se está abriendo muy rápido. Hay algunos estados, como Georgia, que relajaron las restricciones y comenzaron a permitir que negocios no esenciales abran.
Pero “las consecuencias pueden ser muy serias” si las actividades sociales y económicas se reanuden demasiado rápido en Estados Unidos, dijo el doctor Anthony Fauci en una audiencia ante el Senado vía teleconferencia desde su casa. “Mi preocupación es que empezaremos a ver pequeños picos de infección que se transformarán luego en brotes”.
Si quitamos la zona metropolitana de Nueva York, el resto del país no ha logrado aplanar la curva de contagios, según un análisis de Associated Press. A pesar de esto, el presidente Trump ya está cantando victoria: “Hemos enfrentado este momento y hemos vencido”, dijo en la Casa Blanca el 11 de mayo. Pero eso no es cierto. No hay victoria cuando se han acumulado más de 86.000 muertos por la COVID-19 y se cree que habrá decenas de miles más.
El 54 por ciento de los estadounidenses cree que el gobierno está haciendo un mal trabajo en el manejo de esta crisis. Y es que Trump ignoró las primeras señales de la pandemia y ahora estamos pagando las consecuencias.
Llama la atención lo primitivo de nuestra respuesta al virus. Es casi lo mismo que hicieron en la Edad Media con la peste bubónica. Encerrarse en sus casas y distancia social. Es lo más básico. Sobre las plagas no hay remedios milagrosos ni soluciones científicas expeditas. Ante un virus inédito, enfrentamos la pandemia de manera similar a la de los europeos en el siglo XIV.
“En el año de nuestro Señor de 1348, la plaga mortífera irrumpió en la gran ciudad de Florencia, la más bella de las ciudades italianas”, escribió Giovanni Boccaccio en El Decamerón sobre la peste que se transmitía por una bacteria que afecta a algunos roedores y se transmitía por parásitos como pulgas. En seis años, la enfermedad mató a unos 50 millones de europeos. Leyéndolo, Boccaccio parece actual: “Ningún conocimiento ni previsión humana alguna fueron de provecho en contra de ella […]. La virulencia de la plaga fue máxima, ya que los enfermos la transmitían a los sanos mediante el contacto […], el simple contacto con la ropa o con cualquier objeto que el enfermo hubiera tocado o usado transmitía la pestilencia”. Y anticipaba el encierro: “Más lastimosas eran las circunstancias de la gente común y, en gran parte de la clase media, ya que estaban confinadas a sus casas con la esperanza de estar seguros u obligados por la pobreza”.
No es tan distinto a los reportes que escuché esta mañana en CNN y la BBC. Pero la mayor diferencia estriba en la esperanza de encontrar en los próximos años una vacuna o un tratamiento que evite que los muertos por el coronavirus se cuenten por millones. (Hasta ahora ya sobrepasan los 300.000 muertos en el planeta).
Mientras tanto, dos fuerzas chocan en el mundo: por un lado, la urgente necesidad de salir del encierro y empezar a trabajar (o a buscar empleo y dinero) y, por el otro, el temor real a una segunda ola de contagio si abrimos demasiado rápido las escuelas, negocios, parques, playas y centros comerciales.
“Una segunda ola de contagios está en nuestras manos”, advirtió el director general de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom Ghebreyesus. Y el objetivo es claro: preservar la vida antes que cualquier otra cosa.
A pesar de lo anterior, el consenso planetario parece ser que no queremos estar encerrados hasta que se encuentre, produzca y distribuya una vacuna. Aunque el fin del encierro, por definición, implica mayores contactos, mayores riesgos y más infecciones.
Haríamos bien si recordáramos la recomendación de uno de los juglares de nuestro tiempo, el cantante Luis Fonsi: es mejor ir “despacito”. Reabrir demasiado rápido puede regresarnos a donde comenzamos este año: brotes, picos, más confinamiento, mayores consecuencias económicas. Nadie quiere que las dimensiones de esta pandemia alcancen las de la peste negra. Boccaccio ya nos advirtió lo que puede pasar.

 

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