Divulgando la cultura en dos idiómas.

Yo sí me pongo la vacuna

Si los doctores y científicos me dicen que es efectiva y segura, yo sí me pongo la vacuna contra el coronavirus.
Hay más de 100 vacunas en desarrollo en todo el mundo y varias de ellas ya se están probando con seres humanos. Esta es una gran señal de esperanza en momentos en que nos acercamos a los 25 millones de contagios en el planeta. Más de 800.000 personas han muerto. Y aún tenemos por delante un otoño y un invierno que posiblemente serán más crueles.
Las vacunas, históricamente, han salvado miles de millones de vidas y permiten a los niños una vida normal. Las vacunas, nos recuerda la UNICEF, previenen tuberculosis, hepatitis, polio, difteria, sarampión, paperas, rubéola, influenza y muchas otras enfermedades.
Así que yo sí me pondría la vacuna contra el coronavirus, tan pronto como esté disponible, porque creo en la ciencia y porque no creo en las teorías conspirativas que, sin ninguna base, aseguran que hay unos tipos malos que nos quieren controlar inyectándonos minichips. La pandemia es real, conozco a muchas personas que se han infectado y enfermado, y sólo una vacuna —o un tratamiento muy efectivo— puede terminar con esta tragedia global.
Soy —lo reconozco— de los optimistas. Soy de ese 65 por ciento que sí se pondría la vacuna del coronavirus en Estados Unidos cuando esté disponible, según una encuesta de Gallup. Pero uno de cada tres estadounidenses no lo haría. La misma encuesta tiene un dato muy interesante que revela el momento polarizado y politizado que vive el país: el 81 por ciento de quienes que se identifican como demócratas sí se pondría la vacuna pero sólo el 47 por ciento de los republicanos estaría dispuesto a hacerlo. A pesar de esto, el virus no pregunta por partido político antes de infectar y matar.
Me la pondría también porque soy un hombre de más de 60 años. Parece que los hombres, según un estudio publicado por la revista Nature, no tenemos una respuesta inmunológica tan fuerte a la COVID-19 como la tienen las mujeres. Y tenemos dos veces más probabilidades de morir de coronavirus que las mujeres de la misma edad.
Pero donde sí marco mi raya es con la vacuna rusa Sputnik V. A pesar del gran anuncio de Vladimir Putin, el presidente de Rusia, de que hasta su hija se la puso, los reportes indican que los rusos no han hecho estudios con miles de personas, como otras vacunas, y por lo tanto han recibido muchas críticas. Como la del doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de Estados Unidos. “Si quisiéramos una oportunidad para dañar a mucha gente dándoles algo que no funciona, lo podríamos hacer la próxima semana”, le dijo Fauci a The New York Times.
El problema de la vacuna rusa es que sin datos transparentes y compartidos a la comunidad científica internacional, podría ser una herramienta ineficaz o hasta perjudicial a la salud en el combate al coronavirus. Y en un ambiente de hostilidad ante las vacunas (en un escenario de desinformación masiva), es una posibilidad peligrosa.
Alguien que no sólo cree en la capacidad preventiva de las vacunas, sino que se ha dedicado difundir sus beneficios y ha alentado a la gente a que se las ponga, es el doctor Elmer Huerta, especialista en salud pública y profesor de la Universidad George Washington. Hace poco se ofreció como voluntario para probar la vacuna de la compañía farmacéutica Moderna. Parte del problema es que no hay suficientes latinos en la fase 3 de experimentación de la vacuna. Así que el doctor Huerta se apuntó.
“Para mí el beneficio de haber participado es mucho más grande que el riesgo”, me dijo en una entrevista. Más de mil personas ya se habían puesto esa vacuna experimental antes que él, me dijo, y pocas reportaron los posibles efectos secundarios, como dolor de cabeza o poco de fiebre. “La única manera en que la ciencia puede probar si esta vacuna funciona o no es a través de lo que se llama un ‘estudio clínico experimental’, en el que un grupo de personas va a recibir la vacuna y otro grupo, un placebo”. El doctor Huerta no sabe si le inyectaron la vacuna o el placebo. Cuando hablé con él se sentía en perfecto estado de salud.
Luego me adelantó buenas noticias. “La vacuna [de Moderna] va a estar lista, como producto, quizás para el primer trimestre del próximo año”, me dijo. “La vacuna ya está en proceso de fabricación. De tal modo que si los datos de estas 30.000 personas [de la fase 3] son positivos, debe empezar la distribución en mayo, junio o julio del próximo año de forma masiva [en Estados Unidos]”.
Y ahí en la fila para ponerse la vacuna —esa o alguna otra que aparezca y esté certificada— me van a ver a mí, con un cubrebocas puesto, y lleno de ganas de recomenzar una vida más o menos normal. Creo que estamos viviendo la época más dramática de nuestra existencia como habitantes de un planeta globalizado e infectado. Hay ansiedad y cansancio, miedo y demasiadas pérdidas. La ciencia es la mejor manera de guiarnos, especialmente ahora. Debemos estar informados y discernir entre las noticias falsas que circulan en las redes y la información tangible y verificable.
Sólo una vacuna nos puede regresar parte de lo que perdimos. Yo no le puedo decir que no a esa oportunidad.

 

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