“Ellos me dieron la espalda, y no el rostro; aunque les enseñaba,
enseñándoles una y otra vez,
no escucharon ni aceptaron corrección”. Jeremías 32:33
Queridos lectores: hoy traigo a la mesa en esta reflexión el tema de la indiferencia, que muy a menudo se describe, pero ninguno habla de la palabra como tal y acción tan dañina que se da cuando ésta es practicada con mucha frecuencia. Quiero hablar de la raíz y la definición de la palabra. Indiferencia, del latín indifferentĭa, es el estado de ánimo en que una persona no siente inclinación ni rechazo hacia otro sujeto, un objeto o un asunto determinado. Puede tratarse de un sentimiento o una postura hacia alguien o algo que se caracteriza por resultar positivo ni negativo.
Bueno habiendo definido la palabra, puedo decir que la actitud que hemos tomado muchos cristianos frente a muchas de las situaciones que a diario suceden en nuestras vidas, la vida de la familia, la sociedad y el mundo entero es una actitud de indiferencia, quiere decir que no sentimos nada y que más bien ignoramos esas situaciones, sólo por no hacerle frente como deberíamos hacerle. Hablemos de la cultura de la muerte que se ha venido propagando por todos lados, donde da lo mismo matar al inocente en el vientre de su madre, como lo es el aborto, y la muerte del inocente, el anciano, el mayor, el discapacitado, que como vemos para el mundo no tiene ya valor, y están obligados a salir de circulación como vulgarmente la sociedad lo expresa en la llamada Eutanasia; también puedo decir que otra de las maneras en las que se practica este horripilante flagelo es en la manera como tratamos a los demás hermanos y hermanas llamados inmigrantes, como si nosotros mismo no los fuéramos.
En fin todas estas formas de indiferencia, son las que han llevado al mundo a ensordecer y enmudecer y no decir nada, no levantar nuestras voces, primero hacia Dios, a quien como dice el profeta Jeremías hemos dado la espalda y no el rostro, porque preferimos ver las fortunas nuestras y no las tristezas y sufrimientos que pasan todos estos hermanos y hermanas que viven en carne propia la indiferencia. El papa Francisco lo pone de la siguiente manera: Ésta es la enfermedad de la indolencia, de la indiferencia de los cristianos. Esta actitud paraliza el celo apostólico, no se preocupan de salir para anunciar el evangelio. Son personas anestesiadas. Son cristianos tristes, personas no luminosas, personas negativas y esta es una enfermedad de los cristianos. Vamos a misa todos los domingos pero decimos ´por favor no nos molesten´. Estos cristianos sin celo apostólico no le hacen bien a la Iglesia. Hay muchos cristianos que son egoístas, sólo para sí mismos”. Y añade que “el pecado de la indiferencia es contrario al celo apostólico, de dar la novedad que nos trajo Jesús, que a mi me ha sido dada gratuitamente”.
La indiferencia se manifiesta en otros casos como falta de atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana. Algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. Por eso volvamos el rostro a Dios y como decimos en el común “Démosle la cara a Dios” que nos ama y quiere que eliminemos ese pecado de la indiferencia que nos hace tibios ante las injusticias, y debemos recordar que el Señor nos dice que nos quiere fríos o calientes y no tibios, porque nos vomita. Hermanos y hermanas les invito a que seamos diferentes y no indiferentes, que nos amemos como Dios nos Ama.
Padre Andrés Moreno, Párroco
Parroquia San Antonio Kansas City Missouri