Divulgando la cultura en dos idiómas.

Silence Is Complicity

El Odio Se Desparrama

Hay momentos en que no te puedes quedar callado porque luego te vas a arrepentir el resto de tu vida. Este es uno de ellos.
Cuando el presidente de Estados Unidos se tarda dos días en condenar y llamar por su nombre a los supremacistas blancos y neonazis de la reciente violencia racista en Virginia, es tiempo de denunciar su falta de liderazgo y claridad moral. Tras una serie de ambiguos mensajes quedó claro que Donald Trump cree que “ambos lados” — racistas y sus opositores — fueron responsables de lo ocurrido en Charlottesville. Pero se equivoca.
Chelsea Alvarado, de 22 años, estaba en la protesta tocando un tambor y me aseguró en una entrevista que Trump no sabe lo que dice. “¿Cómo voy a ser responsable si yo sólo estaba tocando un tambor y del otro lado había personas con armas de guerra?” me dijo. El auto que atropelló y mató a Heather Heyer también le pegó al tambor de Chelsea y eso, de alguna manera, la salvó. Pero Chelsea cayó al piso y resultó herida. “No, Trump no habla por mí,” me dijo, desafiante.
Trump tampoco habla por millones de estadounidenses que no pueden comprender la manera en que su presidente se expresa de los grupos más despreciables y retrógrados del país. En una conferencia de prensa Trump definió como “gente fina” (“fine people”) a las personas que marchaban al lado de los racistas. También describió en un tuit como “bellas estatuas” (“beautiful statues”) a los monumentos que recuerdan a los líderes esclavistas de la Confederación durante la guerra civil. Finura y belleza no son conceptos que yo vincularía a individuos racistas y defensores de la esclavitud.
En el 2017 debería ser muy fácil para cualquier líder del mundo criticar a los que se creen superiores solo por el color de su piel. Esa ideología es culpable de las peores masacres de la humanidad. Sin embargo, Trump duda, da vueltas, retrocede, corrige y se vuelve a equivocar.
Ya nada me sorprende de Trump. Tras sus comentarios racistas contra los inmigrantes mexicanos en junio del 2015, los latinos fuimos los primeros en darnos cuenta. Lo que me sorprende es que el resto del país se haya tardado tanto en reaccionar.
El odio se transmite de arriba hacia abajo, y Trump tiene gran parte de la culpa, desde sus planes para evitar la entrada de musulmanes hasta sus políticas contra los inmigrantes.
El odio se desparrama. Nadie se escapa. Los efectos del trumpismo han llegado hasta mi casa. Desde hace más de 20 años vivo y trabajo en el condado de Miami-Dade. Es un condado con 2,7 millones de habitantes donde el 60% de la población es inmigrante. Aquí viven miles de indocumentados que, en la práctica, ayudan a que Miami prospere y funcione.
No obstante, su alcalde, Carlos Giménez, un inmigrante nacido en La Habana, ha decidido darles la espalda a muchos inmigrantes que llegaron después que él. Giménez se rehusó a declarar santuario para indocumentados al condado Miami-Dade. Eso significa que coopera con la administración de Trump en ciertas cuestiones migratorias. Como compensación por su cooperación, el condado recibirá unos $450 mil dólares del gobierno federal.
El acuerdo final es este: dinero a cambio de indocumentados. Los alcaldes de Filadelfia, Nueva York, Chicago y Los Ángeles, por dar unos ejemplos, se han negado a cooperar con las políticas antiinmigrantes de Trump y han declarado santuarios a sus ciudades. Sin embargo, Miami-Dade y su alcalde prefirieron quedarse del lado de Trump. No hay nada más triste que cuando un inmigrante le cierra la puerta a los inmigrantes que vienen detrás.
Las políticas antiinmigrantes de Trump y sus vergonzosas declaraciones sobre la violencia racista no permiten la neutralidad. Es patético ver a los seguidores y asesores de Trump tratando de defenderlo. ¿Cómo defiendes a alguien que ha hecho comentarios racistas, sexistas y xenofóbicos? ¿Qué dice de ti el asociarte con alguien así? Estoy convencido de que en el futuro todos, no sólo los periodistas, seremos juzgados por la manera en que hayamos respondido ante los excesos de Trump.
Frente al odio, no te puedes quedar callado. El silencio es complicidad.
Posdata: Barcelona, nos pudo haber ocurrido a cualquiera. Ahí, a las Ramblas, he llevado varias veces a mi familia. Pero Barcelona no se va a dejar. Estoy contigo. Regreso pronto.

(Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, es el principal director de noticias de Univision Network. Ramos, nacido en México, es autor de nueve libros de grandes ventas, el más reciente de los cuales es “A Country for All: An Immigrant Manifesto.”)

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There comes a time when you cannot keep silent or you’ll regret it for the rest of your life. This is such a time.
When it takes two days for the president of the United States to choose the appropriate words to condemn the white supremacists and neo-Nazis who took part in the recent violence at a rally in Charlottesville, Virginia, that’s the time to point out his lack of leadership and moral clarity. It’s become clear that President Donald Trump believes that “both sides” — the racists and their opponents — were responsible for the deadly events in Charlottesville. But he’s wrong.
Chelsea Alvarado, 22, was playing a drum with counterprotesters during the rally. In an interview, she told me that Trump had no idea what he was saying. “How could I be responsible when I was only playing the drum, but people on the other side had weapons?” she said. The car that hit and killed Heather Heyer, another counterprotester at the rally, also hit Chelsea’s drum, which somehow shielded and saved her. Chelsea fell to the ground and was injured. “No, Trump is not speaking for me,” she told me defiantly.
Nor is Trump speaking for the millions of Americans who cannot understand the way that their president has spoken about some of the most despicable and backward groups in America. Days after Heyer was killed, Trump labeled some of the individuals walking side by side with white supremacists as “fine people.” In a tweet, he described the monuments to Confederate pro-slavery leaders as “beautiful statues.” These are not concepts I would associate with people who defended slavery during the Civil War or with modern-day racists.
In 2017, every world leader should be able to condemn those who feel superior to others simply because of their skin color. Similar ideologies are to blame for the worst massacres in history. But no, Trump, doubtful and evasive, backtracks, then corrects himself, then winds up being wrong again.
Nothing that Trump says can surprise me anymore. When he made his remarks about Mexican immigrants in June 2015, we Latinos understood clearly where he stood on race. It’s amazing how long it has taken the rest of the country to catch up.
Hatred trickles down from top to bottom. And Trump — from his efforts to ban some Muslims from entering the country to his policies against immigrants — is largely to blame for encouraging much of the hate that is rippling across our nation.
And, indeed, hatred is overflowing. Nobody can escape it. The effects of Trumpism have even reached my home. I’ve lived and worked in Miami-Dade County for 20 years now. There are 2.7 million inhabitants in the county, and 60% of them are immigrants. Thousands of undocumented immigrants live here and, in very practical terms, they help Miami to function and thrive.
But the mayor of Miami-Dade, Carlos Giménez, an immigrant who was born in Havana, has decided to turn his back on a lot of immigrants who arrived after he did. He has refused to name the county a sanctuary for the undocumented, and he has decided to collaborate with the Trump administration on certain immigration issues. As compensation, the county is getting $450,000 from the federal government — in effect, money in exchange for undocumented people.
The mayors of Philadelphia, New York, Chicago and Los Angeles, to mention a few, have refused to cooperate with Trump’s anti-immigrant policies and have named those places sanctuary cities. But Miami and its mayor prefer to stand with Trump. There is nothing sadder than an immigrant who closes the door on other immigrants.
Trump’s anti-immigrant policies and his shameful declarations on race-related violence allow for no neutrality. And it’s pathetic to see Trump’s supporters and advisers trying to defend him. How can you defend someone who has made racist, sexist and xenophobic remarks? What does associating yourself with someone like him say about you?
I am positive that in the future all of us — journalists or not — will be judged by the way we responded to Trump’s excesses.
You cannot remain silent amid such hatred. Silence is complicity.
P.S.: Barcelona — it could have happened to any of us. I’ve gone to Las Ramblas several times with my family, and I know the city won’t give in to terror. I’m with you. I’ll be back soon. 

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