Los dictadores — y sus imitadores, los dictadorzuelos — nunca dejan el poder por las buenas. Es preciso sacarlos. Pero hay maneras de sacarlos.
En el caso de Nicolás Maduro en Venezuela, la cosa es complicada. Primero, él no se percibe a sí mismo como un dictador. Segundo, Venezuela todavía no es una dictadura tipo Cuba — la oposición controla la Asamblea Nacional. Y tercero la misma constitución bolivariana incluye una salida democrática a través de un referéndum revocatorio. La pregunta es: ¿Cómo salir de un líder que ya no es demócrata en un sistema autoritario?
Cuando a Hugo Chávez se le ocurrió incluir en la constitución de 1999 un referéndum revocatorio, nunca se imaginó que se le aplicaría a él en el 2004, y luego al líder que escogería por dedazo para sustituirlo. Chávez superó el referendo y se quedó en el poder hasta su muerte. Pero pocos creen que Maduro podría hacer lo mismo con uno de los peores gobiernos en la historia de Venezuela.
¿Es Venezuela una dictadura? le pregunté a Luis Almagro, secretario general de la Organización de Estados Americanos, en una entrevista. “Nosotros no hemos utilizado ese término en nuestro informe,” me explicó. “Pero sí hemos hecho referencias a problemas serios que existen en el funcionamiento democrático de Venezuela. La existencia de presos políticos es totalmente inconsistente con el concepto mismo de democracia. El hecho de poner obstáculos administrativos a la realización del referéndum revocatorio es obstaculizar a la gente para que se exprese. Es muy importante que se haga este año. No hacerlo afectaría variables de legitimidad del gobierno.” (Aquí está la entrevista: bit.ly/290iHzE.)
Almagro se ha atrevido a hacer algo que su predecesor, José Miguel Insulza, evitó durante toda una década: invocar la Carta Democrática de la OEA. Insulza, cuidadoso de las formas y las palabras, nunca tenía el valor y la decencia de enfrentar a Chávez y a Maduro. Prefiría no hacer olas. Almagro, en cambio, ha desatado una tormenta.
“Negarle la consulta al pueblo, negarle la posibilidad de decidir, te transforma en un dictadorzuelo más como tantos que ha tenido el continente”, le dijo Almagro a Maduro. Eso, sin duda, no es diplomático, pero sí es la verdad.
La oposición venezolana con el apoyo de 20 países en la OEA — por fin ha encontrado la salida. Maduro ve el final y por eso está peleando como gato en el agua. Intentó bloquear el proceso para activar la carta democrática en la OEA y no pudo. Ahora busca sacar el asunto de la OEA y llevarlo a una reunión en República Dominicana, o donde sea, para ganar tiempo y apoyo de sus incondicionales.
Mientras tanto, un grupo de chavistas busca que el Tribunal Supremo de Justicia desconozca a la Asamblea Nacional. En ninguna democracia un poder puede cancelar a otro. Pero en la Venezuela madurista, todo es posible. Y esa falta del equilibrio de poderes le preocupa a Almagro. “Aquí hay un desconocimiento permanente del poder legislativo,” me dijo, “y eso afecta todo el funcionamiento de la democracia en Venezuela.”
Venezuela está al borde del colapso. El desabasto está generando dramáticos casos de hambruna en un país que, hasta hace poco, era considerado uno de los más ricos del continente. La corrupción del chavismo es a plena luz del día; no hay que esconderse porque los del gobierno se sienten impunes. Y el crimen y la inflación crean un purgatorio todos los días.
Un gobierno relativamente racional buscaría menos muertos y más orden. Pero el régimen de Maduro hace mucho que perdió el rumbo. Me recuerda una frase del personaje central de la novela de Gabriel García Márquez, “El general en su laberinto”: “Nuestra autoridad y nuestras vidas no se pueden conservar sino a costa de la sangre de nuestros contrarios”.
Lo dicho: Ningún dictadorzuelo se va por las buenas.
Posdata: Hay que prepararnos para la siguiente masacre en Estados Unidos. A pesar del enojo y la tristeza tras la matanza de 49 personas en Orlando, nada — ¡absolutamente nada! — se ha hecho para evitar otro incidente similar. El Congreso se cruzó de brazos y hoy es tan fácil comprar armas de guerra como lo fue antes de la tragedia en la discoteca Pulse. O sea, prepárense.
(Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, es el principal director de noticias de Univision Network. Ramos, nacido en México, es autor de nueve libros de grandes ventas, el más reciente de los cuales es “A Country for All: An Immigrant Manifesto”.)
(¿Tiene algún comentario o pregunta para Jorge Ramos? Envíe un correo electrónico a Jorge.Ramos@nytimes.com. Por favor incluya su nombre, ciudad y país.)
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Venezuela’s Petty Dictator
By Jorge Ramos
Dictators — and their imitators, petty dictators — never yield power in an orderly fashion. They have to be forcibly removed.
In Venezuela’s case, things are a bit more complicated. The main problem is that President Nicolas Maduro doesn’t consider himself a dictator, but rather a leader who was elected fairly. Venezuela hasn’t yet become a Cuban-style dictatorship — the opposition now controls the Venezuelan National Assembly. And under the Venezuelan constitution a president can be impeached through a voter referendum, which is slowly moving forward against Maduro.
Maduro’s predecessor, the late Hugo Chavez, came up with the idea of putting the impeachment referendum process in the constitution in 1999, but he never imagined that it would be invoked against him five years later. Now Maduro, his hand-picked successor, faces an attempt at impeachment. Chavez survived his referendum challenge and held on to power until his death in 2013, but very few people in Venezuela believe that Maduro can do the same today. So as Venezuela plunges deeper into economic and social chaos, the Maduro regime is focused on blocking recall efforts, or at least delaying them.
I recently spoke with Luis Almagro, the secretary general of the Organization of American States. In a May report to its 34 member states, the OAS backed the recall referendum and blamed Maduro’s government for Venezuela’s crises. I asked Almagro whether or not Venezuela was a dictatorship. “We didn’t use that term in our report,” he explained. “But we did describe some serious problems in the democratic workings of Venezuela; the existence of political prisoners is totally inconsistent with the very notion of democracy. And creating administrative hurdles to the organization of an impeachment referendum hinders people’s ability to express themselves. It’s very important that it is done this year.” (Watch my interview with Almagro here: bit.ly/290iHzE.)
In his report, Almagro, Uruguay’s former foreign minister, dared to do something that his predecessor, Jose Miguel Insulza, avoided for years: He invoked the OAS’s democratic provisions against Maduro. According to the report, the government threatens democracy, and that could lead to Venezuela’s ouster from the OAS. Despite many years of repression and ruling by decree in Venezuela, Insulza could never muster the courage or decency to confront Chavez and Maduro head-on. But Almagro isn’t afraid of Maduro.
After Almagro’s report was released, Maduro predictably denounced him on television as a traitor who was working for the CIA (Maduro blames the U.S. for Venezuela’s problems, of course). Almagro simply responded to Maduro with an open letter the next day, saying that denying the people the right to hold a referendum “would make you just any other petty dictator, like so many this hemisphere has had.”
Maduro suspects that the end of his rule is near, and he’s fighting tooth and nail to stay in power. As he battles the OAS, a group of Chavistas is trying to convince the Supreme Court to dissolve the National Assembly. In any real democracy, one government branch shouldn’t be able to dissolve another, but in Maduro’s Venezuela, anything is possible. And this worries Almagro. In Venezuela, “there is a permanent repudiation of the legislative branch,” he told me, “and that affects the whole operation of democracy.”
Make no mistake: Venezuela is on the brink of total collapse. Food shortages are creating famine in a nation that not long ago was one of the wealthiest in the subcontinent. Meanwhile, crime and inflation are on the rise, and Maduro’s Chavista regime doesn’t even try to hide its corruption because officials feel immune to punishment.
A more rational government would seek to restore order, not double down on bad ideas and go after its enemies. But Maduro’s regime lost direction long ago. The whole situation reminds me of a line uttered by the central character in Gabriel Garcia Marquez’s “The General in his Labyrinth”: “Our authority and our lives cannot be saved except at the cost of our enemies’ blood.”
P.S.: We need to brace ourselves for the next massacre. Despite the outpouring of anger and grief over the killing of 49 people in Orlando last month, lawmakers have done nothing — absolutely nothing! — that would help us avoid another similar shooting. It’s as easy to buy a military-grade weapon today as it was before the tragedy at the Pulse nightclub.
(Jorge Ramos, an Emmy Award-winning journalist, is a news anchor on Univision and the host of “America With Jorge Ramos” on Fusion. Originally from Mexico and now based in Florida, Ramos is the author of several best-selling books. His latest is “Take a Stand: Lessons From Rebels.” Email him at jorge.ramos@nytimes.com.)