Divulgando la cultura en dos idiómas.

La suma de los muertos en México

Es un terrible y doloroso fracaso. No hay manera de presentar a los más de 41.000 fallecidos por la pandemia y a los más de 55.000 muertos por la violencia como un éxito de las estrategias del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Los muertos por la violencia y el coronavirus en México no se pueden ocultar. Eran parte de nosotros y dejan un enorme vacío. Hay muchas excusas y explicaciones de por qué están muriendo tantos mexicanos en tan poco tiempo. El gobierno de López Obrador suele echarle la culpa a viejos enemigos. Pero la realidad es que muchas de esas muertes pudieron evitarse.
No importa cuántas vueltas se le dé, las muertes por la pandemia son una tragedia nacional. AMLO asegura que no es justo comparar el número de muertos en México con países que tienen menos habitantes. Así que me di a la tarea de comparar a México con naciones de población similar (y para eso usé los datos de la organización independiente Worldometer).
El 24 de julio, México (con una población de alrededor de 129 millones de habitantes) tenía 370.712 casos de coronavirus y 41.908 muertes por la COVID-19. En cambio, Japón (con más de 126 millones de personas) sólo tenía 27.029 casos de virus y 990 muertes. Para el mismo día, Bangladés (con aproximadamente 164 millones de habitantes) sólo había registrado 2836 muertes por el coronavirus; Filipinas (con alrededor de 109 millones de personas) tenía 1879 muertos, y Etiopía (de alrededor de 115 millones de habitantes) reportó sólo 200 muertes.
En otras palabras, no hay manera de justificar la letalidad que ha causado el virus en un país del tamaño de México.
Hay que reconocerlo: lo que se hizo, no funcionó. A pesar de que López Obrador ha asegurado que “vamos bien [y] se ha podido domar la epidemia”, la terca realidad dice lo contrario. El modelo Centinela no nos dio una idea clara de la verdadera dimensión del problema y es una ilusión decir que “vamos bien” sólo porque no se ha desbordado el sistema hospitalario. La tragedia se mide en tumbas no en camas vacías.
Han dicho tantas veces que la curva del coronavirus se ha aplanado —sin ser cierto— que el discurso oficial ha perdido credibilidad. AMLO se equivocó al decir en un video el 22 de marzo que “si tienen posibilidad sigan llevando a la familia a comer a los restaurantes y fondas”. Lo hizo 11 días después de que la Organización Mundial de la Salud declarara una emergencia mundial por la pandemia. Se tardó mucho en reaccionar.
Y él, todo un maestro en el manejo de símbolos, no se quiso poner una mascarilla en público hasta el 7 de julio, cuando se subió al avión rumbo a Estados Unidos para su visita con Donald Trump. Los cubrebocas salvan vidas pero, por extrañas razones, no se le vio con uno por meses. Para entonces la pandemia ya había dominado a México.
Tampoco ha funcionado la estrategia del presidente López Obrador contra la violencia. Desde que llegó a la presidencia (del primero de diciembre de 2018 al 30 de junio de 2020) han sido asesinados 55.043 mexicanos, según cifras oficiales. Su primer año en la presidencia fue el más violento que cualquiera del de sus dos antecesores, Enrique Peña Nieto y Felipe Calderón. Y las cosas no mejoran. De enero a junio de 2020 hubo más asesinatos (17.493) que en el mismo periodo del año anterior (17.205).
Puros datos. Esto es un fracaso. AMLO no ha podido contra el crimen.
El problema de fondo es que no hay una estrategia clara, efectiva ni bien comunicada. ¿Es la nueva Guardia Nacional la encargada de luchar contra los cárteles de las drogas o el ejército y la marina? ¿Qué significa realmente eso de “abrazos, no balazos”, que repitió durante su campaña presidencial? ¿Qué plan hay para contrarrestar el poderío y desafío mostrado en un reciente video atribuido al Cártel Jalisco Nueva Generación? ¿A qué criminales se les libera, como al hijo de Joaquín “el Chapo” Guzmán, y a cuáles se les persigue?
Sé, como todos, de la acusación contra Genaro García Luna, exsecretario de Seguridad Pública durante el gobierno de Felipe Calderón, por supuestamente haber recibido sobornos del narcotráfico. Es muy grave y revela, efectivamente, que se trata de una guerra vieja y perdida incluso antes de la llegada de López Obrador a la presidencia. Pero eso no justifica los errores cometidos ni las cifras de asesinatos en el último año y medio.
La suma de los muertos no miente. No hay otros datos.
Se acabó el tiempo de las excusas. Este es el momento de los resultados. Hay críticos que piden la renuncia de AMLO. Sería una equivocación: él debe cumplir todos y cada uno de sus seis años como presidente, hasta 2024. Ni un día menos. Esa es la única manera de proteger y fortalecer una democracia. Pero al mismo tiempo, López Obrador debe hacerse responsable de su principal obligación: proteger la vida de los mexicanos. Hasta ahora, en ese importantísimo punto, ha fallado.

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