El temor del mundo —el gran temor— es que la guerra en Ucrania termine, de pronto, en un enfrentamiento con dimensiones nucleares. Ese miedo lo ha usado Vladimir Putin a su favor.
Hace unos días, el presidente ruso envió una nota de protesta al gobierno de Joe Biden. El mensaje advertía de “consecuencias impredecibles” si Estados Unidos seguía enviando armamento al ejército ucraniano. Y luego, Putin divulgó un video del lanzamiento de prueba de un misil balístico intercontinental. “Hará que se lo piensen dos veces quienes, en medio de una retórica frenéticamente agresiva, intentan amenazar a nuestro país”, dijo.
El mundo está, pues, ante un dilema complejo. Nadie quiere una tercera guerra mundial. Mucho menos cuando hay bombas nucleares de por medio. Pero conforme avanza la brutal invasión rusa a Ucrania, se acumulan las pruebas de violaciones a los derechos humanos y se registran masacres de civiles. Así que también hay un asunto moral y estratégico en juego, y los países del mundo no se han quedado con los brazos cruzados. El cálculo de Estados Unidos y de muchos Estados europeos ha sido un camino intermedio: armar a Ucrania.
El presidente Biden —tras los fracasos en Irak y Afganistán— ha prometido que no enviará tropas estadounidenses al país. Biden sabe que eso implicaría el inicio de una guerra directa, que tendría el potencial de convertirse en el mayor y más mortífero enfrentamiento en la historia de la humanidad. Pero bajo creciente presión —del presidente ucraniano, Volodímir Zelensky, y de miembros del Congreso estadounidense— anunció el envío de más armamento para Ucrania. En total, Estados Unidos ha mandado 3400 millones de dólares en ayuda militar.
Biden calificó su apoyo a Ucrania como “sin precedentes”. Pero parece ser que, hasta ahora, la ayuda militar y económica es el límite. El presidente de Estados Unidos ha resistido los constantes llamados de Zelensky de crear una zona de exclusión aérea (conocida en inglés como “no fly zone”). La razón es comprensible: un enfrentamiento, aunque fugaz, entre un avión de combate ruso y uno estadounidense podría culminar con el conflicto bélico global que tanto se está tratando de evitar.
Mientras tanto, Putin ha tenido tiempo para repensar su estrategia y hacer planes para volver a atacar.
El primer avance militar ruso —que comenzó el 24 de febrero— falló. La victoria aplastante y rápida que el presidente ruso esperaba, según los expertos y analistas, no sucedió. El poderío bélico de Putin mostró fracturas y calculó mal la resistencia del ejército ucraniano. Con voluntarios y armamento sofisticado otorgado por algunas potencias mundiales, las fuerzas de Ucrania han sido más disciplinadas, valientes y desafiantes de lo que jamás imaginaron los invasores rusos. Kiev, la capital, no ha sucumbido y el presidente Zelensky sigue operando como un líder frontal y temerario.
Pero se cree que los ataques continuarán y aumentarán. En los últimos días hemos visto una nueva ola de agresiones.
Al inicio de la guerra estuve en Leópolis y ahí, a sólo una hora de la frontera con Polonia, flotaba la sensación de que los rusos no llegarían. Leópolis, me decían, sería la última ciudad en caer. Pero hace sólo unos días fue atacada. Al menos siete personas murieron en bombardeos rusos.
Así que ahora la pregunta es si Putin estará dispuesto a conformarse con una victoria parcial —el dominio de las provincias del este de Ucrania y los territorios que conectan con la península de Crimea, que Rusia anexó impunemente en 2014— o si buscará el control total de Ucrania.
La respuesta depende, en parte, de los armamentos que Estados Unidos está enviando a los soldados ucranianos. Un segundo revés al ejército ruso mostraría los hoyos en la estrategia de Putin. Pero eso acarrea la terrorífica posibilidad de escalar el enfrentamiento a niveles “impredecibles”: es peligroso cuando a alguien con aires de grandeza lo obligan a ver su fragilidad.
Estos son tiempos inciertos. Zelensky lo sabe, pero enfrentado a la posibilidad de la desaparición, ha lanzado algunas verdades difíciles de digerir: “No creemos en las palabras”, dijo este mes en una entrevista. “Todos hablan de esto y, sin embargo, como pueden ver, no todo el mundo tiene las agallas”.
Cuando una autocracia como la rusa se trata de comer a una democracia como la ucraniana es frustrante ver al mundo en buena medida paralizado, en parte por los miedos a un invierno nuclear. Pero no debemos olvidar el contexto en que esto ocurre: hoy, la democracia está en franca regresión. El 70 por ciento de la población mundial —unos 5400 millones de habitantes— vive bajo dictaduras o líderes autoritarios, según un reciente estudio de la Universidad de Gotemburgo en Suecia. El mismo reporte asegura que 35 países han visto reducida su libertad de expresión en los últimos 10 años.
Cuando parece que han quedado atrás las esperanzas democratizadoras tras la caída del muro de Berlín en 1989, y los autoritarismos han ganado terreno, la guerra en Ucrania parece ser el escenario de varias batallas simultáneas: la de los ucranianos por sus vidas y su libertad, pero también la confrontación de dos sistemas políticos, la democracia y la autocracia.
Mientras leo las noticias de los recientes ataques a Leópolis recuerdo el maravilloso teatro de la ópera de la ciudad, sus calles empedradas, sus plazas y paseos rodeados de árboles podados, su intensa vida cultural y la feroz resistencia de sus habitantes a cambiar sus rutinas por culpa de los rusos. Visité un par de restaurantes ahí y sus dueños se negaban a cerrar por la guerra. Incluso en uno de ellos me aceptaron el pago con tarjeta de crédito; estaban apostando por el futuro. Probablemente era su forma de decir: vamos a ganar.
No conocí a un sólo ucraniano que me dijera que iban a perder. Ni uno, aunque tal vez me reuní con un grupo particularmente joven y optimista. Lo que sí sé es que la convicción de los ucranianos por defender a su país ha mostrado ser mucho más poderosa que la determinación de los rusos por apropiarse de un territorio que no es de ellos.
El envío de armas será un factor determinante mientras esta guerra avanza. Y mientras haya “consecuencias impredecibles” el mundo no debe dejar de preguntarse sobre el balance entre el miedo y la inacción. De momento, si el alma existe, está del lado de Ucrania.
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Commentary by Tere Siqueira Bullying can have profound effects on the mental and emotional well-being of individuals, especially children and teens.Fortunately, the Greater Kansas City