CIUDAD JUÁREZ México es el tapón.
La política migratoria del presidente Andrés Manuel López Obrador ha fracasado rotundamente y lo peor es que ya está costando muchas vidas. Al menos treinta y nueve inmigrantes murieron en un centro de detención del gobierno mexicano en esta ciudad, miles deambulan en las zonas fronterizas con Estados Unidos – expuestos a abusos y violaciones a los derechos humanos – y AMLO sigue cediendo ante todas las presiones de Estados Unidos. El resultado es un cruel sistema que maltrata, obstaculiza su trayecto y, en algunos casos, mata a los inmigrantes.
Fue un crimen de estado.
Funcionarios del gobierno de López Obrador implementaron una política de represión, encarcelamiento y criminalización de los inmigrantes que culminó con un incendio en un centro de detención – no un albergue, presidente – del Instituto Nacional de Migración, dependiente de la Secretaría de Gobernación. Muchos de los inmigrantes que murieron o resultaron heridos fueron detenidos injustamente por el simple hecho de pedir limosna o lavar vidrios en los cruces de las calles de Ciudad Juárez. Las autoridades mexicanas han arrestado a cinco personas por su participación en el incendio, pero temo que dejaran libres a los que realmente implementaron las redadas y el encarcelamiento de los migrantes. Como siempre.
La responsabilidad de estas muertes es del gobierno de López Obrador. Es su política migratoria. Son sus agentes. Son sus cárceles. Los migrantes estaban en custodia de gobierno mexicano en una instalación federal. Y era su responsabilidad cuidarlos. Los migrantes entraron vivos y al menos 39 salieron muertos. Además, es tristísimo e increíble que el presidente haya culpado a los inmigrantes de su propia muerte. “Esto tuvo que ver con una protesta que ellos iniciaron …”, dijo AMLO. “Y como protesta en la puerta del albergue pusieron colchonetas y les prendieron fuego, y no imaginaron de que esto iba a causar esa terrible desgracia.”
No. Esta terrible tragedia no hubiera ocurrido si no los hubieran detenido injustamente y si les hubieran abierto las puertas de las celdas al iniciarse el incendio. He visto con indignación, como tantos, el video en que los guardias dentro del centro de detención se rehúsan a abrir las celdas cuando estalla el incendio. Es mucho más que negligencia o incompetencia. Fue dejarlos morir quemados y asfixiados.
No tuvo que ser así. “El mortal incendio en el centro de migrantes en Ciudad Juárez fue una tragedia evitable”, dijo en un tuit la Oficina de los Derechos Humanos de Naciones Unidas. “Nuevamente, instamos a todos los Estados a adoptar alternativas a la detención de inmigrantes.”
Es incomprensible que un país como México, que ha enviado a tantos millones de inmigrantes hacia Estados Unidos, trate tan mal a los extranjeros que cruzan su territorio hacia el norte. He pasado esta semana conversando con decenas de inmigrantes en Ciudad Juárez y casi todos coinciden en que las autoridades de México son las que peor los tratan y más los abusan en su trayecto. “El único país que nos ha puesto obstáculos para llegar a nuestras metas ha sido México”, me comentó un joven venezolano que entrevisté para la televisión. “Pasamos lo peor en la selva del Darién, Costa Rica y Honduras, pero ninguna autoridad nos ha hecho pasar este sufrimiento. Te agarran como un delincuente y te dicen ‘¿cuánto tienes?’”
El gobierno del presidente López Obrador se metió solito en este lío al aceptar las presiones de dos mandatarios estadounidenses – expresidente Donald Trump y luego presidente Joe Biden – para convertir a México en la patrulla fronteriza y en la sala de espera de Estados Unidos. México es el muro, como quería Trump. México no estaba preparado para recibir a decenas de miles de inmigrantes simultáneamente, ni pidió la ayuda económica necesaria de su vecino para enfrentar estas olas migratorias.
Esto lo que ha generado es un panorama desolador. Las calles de Ciudad Juárez, como ejemplo, están llenas de familias con niños hambrientos y extenuados, sin un peso encima ni un lugar donde dormir, caminando bajo el sol o el frío, esperando quién sabe qué. El proceso legal para entrar a Estados Unidos es muy confuso e incluye ahora una aplicación por celular que, como me mostraron, no funciona bien y se congela.
Y ante la desesperación, muchos toman decisiones desesperadas. Han llegado tan lejos que no están dispuestos ahora a darse por vencidos. En un sólo día me tocó ver dos veces como cientos se echaron a correr hacia la frontera, luego de que un chisme rodó asegurando que Estados Unidos los iba a recibir. Falso. Los puentes que comunican a Ciudad Juárez con El Paso, Texas, están resguardados con bloques de cemento y alambres de púas que, en sólo segundos, pueden sellar totalmente la frontera. Esto ha obligado a muchos a tomar rutas más peligrosas, cruzando el río Bravo, y exponiéndose a los chantajes de coyotes y traficantes.
Advertencia: Las cosas no van a mejorar en la frontera. Al contrario, cuando se levante el llamado Título 42 – que permitía las deportaciones exprés durante la pandemia – miles de inmigrantes lo tomarán como una señal de que pueden cruzar a Estados Unidos para pedir asilo. Y ni México ni Estados Unidos están preparados para la marea o el tsunami que viene.
La realidad es que es imposible sellar totalmente la frontera y que el flujo normal, histórico, centenario, es que los más pobres y perseguidos suelen buscar refugio en los lugares más seguros y ricos. Y eso significa que, en nuestro continente, los del sur migrarán al norte. Eso no va a parar.
Mientras tanto, aquí en México, tenemos que cambiar la manera en que tratamos a los inmigrantes. La regla es sencilla: hay que tratarlos de la misma manera en que quisiéramos que trataran a los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos.
Nadie viene a México a morir. Y menos en una cárcel del gobierno. El país que mejor debería entender a los inmigrantes terminó matando a 39.