Las urnas acababan de cerrar. Todavía no se habían dado a conocer los resultados oficiales de las elecciones del 4 de febrero en El Salvador, y Nayib Bukele ya se había declarado ganador. Así de seguro estaba de ganar. Cinco días después, el Tribunal Supremo Electoral anunció lo que todos ya sabían: que Bukele – con 82 por ciento del voto – se quedaría en la presidencia.
Así nace una dictadura.
Es absolutamente cierto que Bukele es un líder muy popular y que obtuvo una amplísima mayoría en las pasadas elecciones. Pero la constitución de El Salvador dice otra cosa.
Hice lo que tantos periodistas han hecho; me metí a la internet y me puse a leer la constitución (emitida en 1983). Y ahí encontré, no una, sino muchas referencias que prohíben la reelección consecutiva del presidente.
El artículo 75 dice que “pierden los derechos de ciudadano” los que apoyen o promuevan “la reelección o la continuación del Presidente de la República.” El artículo 152 establece que “no podrán ser candidatos a Presidente de la República… el que haya desempeñado (el cargo) por más de seis meses, consecutivos o no, durante el período inmediato anterior.” Y el artículo 248 dictamina que la constitución no se puede reformar respecto a la “alternabilidad en el ejercicio de la Presidencia de la República.”
Más claro, imposible. Si Bukele quería reelegirse, primero tendría que haber cambiado la constitución. Y no lo hizo. En cambio, en una maniobra política en 2021, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de El Salvador – que incluía a varios aliados de Bukele, según la BBC – le permitió buscar la reelección. Esa sala, olímpicamente, se colocó por encima de la constitución. Y al hacerlo puso en duda la legitimidad de las pasadas elecciones.
Y Bukele lo sabe.
Por eso, quizás, estuvo tan agresivo con la prensa extranjera que cubrió las elecciones. En una conferencia de prensa, que no salió como él quería, Bukele atacó a varios periodistas internacionales que cuestionaron su participación como candidato. Félix de Bedout, mi compañero de Univision, le preguntó si no necesitaba una reforma constitucional para buscar la reelección, ahora y en el futuro. Pero él contestó que no la necesitaba. Y luego criticó nuestra cobertura –“todos los reportajes de Univision son negativos”- y aseguró que “si tú le preguntas a los latinos en Estados Unidos, al 100 por ciento de tu menguante audiencia, el 100 por ciento está de acuerdo con lo que estamos haciendo acá”.
Nunca he visto una encuesta así. Pero esto no es un asunto de encuestas, ni de popularidad, sino de cumplir la ley. Y Bukele se la saltó.
Su incomodidad continuó, incluso, en su discurso de victoria. “Si el pueblo salvadoreño quiere esto ¿por qué va a venir un periodista español a decirnos lo que los salvadoreños tenemos que hacer?”, dijo en referencia a las duras preguntas del corresponsal de El País, Juan Diego Quesada, quien quería saber si Bukele estaba “desmontando” la democracia en El Salvador.
En ese mismo discurso, Bukele presumió que su partido también había arrasado en las elecciones para la asamblea. “Sería la primera vez que en un país hubiera un partido único en un sistema plenamente democrático”, dijo. “Toda la oposición, junta, quedó pulverizada.”
Ese es, precisamente, el problema. Que El Salvador está dejando de ser una democracia y que un partido – una persona – lo controla casi todo. Bukele, buscando el humor, se ha descrito como el “dictador más cool del mundo mundial”. Aunque lo que está ocurriendo en El Salvador no es cuestión de risa.
Un par de días después de su victoria, Bukele permitió que medios internacionales visitaran el Centro de Confinamiento del Terrorismo, la megacárcel que ha construido para albergar a miles de pandilleros, terroristas y criminales. Las imágenes son impresionantes. Son resultado de una gigantesca operación de arrestos a posibles sospechosos de actos violentos. Es cierto, los niveles de criminalidad en El Salvador se han reducido significativamente. Pero la pregunta es: ¿cuántos de esos detenidos son inocentes o no han recibido el debido proceso judicial para ser encarcelados de por vida?
Amnistía Internacional publicó en diciembre un contundente reporte contra Bukele titulado: “Detrás del velo de la popularidad; represión y regresión en materia de derechos humanos”. El informe documenta torturas, arrestos injustificados, desapariciones, censura de prensa y abusos por parte de las fuerzas del régimen de Bukele. Lo que describe Amnistía Internacional no debería ocurrir en ningún país democrático.
Bukele, como Hugo Chávez en Venezuela, llegó a la presidencia en una elección legítima. Chávez, en una entrevista en 1998, me aseguró que estaría dispuesto a entregar el poder en Venezuela incluso antes de culminar su período presidencial. Pero me estaba mintiendo y se atornilló en el poder hasta su muerte en 2013. Aunque Bukele tiene una ideología opuesta a la de Chávez, también ha hecho malabares con las leyes y con las palabras para quedarse en el poder. Ninguno de los dos es un verdadero demócrata.
¿Buscará Bukele un tercer mandato en El Salvador? Nadie lo duda. Cuando desaparece la democracia, todo es posible.
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