Hace poco, la lotería de Estados Unidos repartió un premio de 1.500 millones de dólares. Según los expertos, era una cifra jamás vista en un sorteo de esta naturaleza. Tras conocerse los tres ganadores, un amigo me escribió eufórico para comentar el suceso: “Ismael, la suerte sí existe”.
“Claro que existe”, le respondí. El problema es fiar nuestro presente y futuro a un simple juego de azar, que suele premiar a poquísimas personas. Por supuesto, me alegra la fortuna que cualquiera pueda alcanzar por vías legítimas, pero pienso que los “golpes de suerte” o “regalos divinos” son hechos muy aislados. La mejor vía hacia el éxito sigue siendo el esfuerzo, el cultivo del talento y la transformación personal.
Tampoco creo que los fracasos sean resultado de “la mala suerte”, sino las consecuencias de nuestros errores: naufragamos cuando no hacemos bien las cosas en el momento correcto. Si culpamos a la suerte de los descalabros, jamás aprenderemos a superarlos y los repetiremos eternamente; hasta tal punto que sus efectos adversos terminarán por aplastarnos.
La suerte existe, pero es “loca”, como dice el refrán. Conozco a jugadores que han insistido en la lotería durante más de 20 años. Apuestan con optimismo y perseverancia, y se la pasan haciéndole cosquillas al azar casi la vida entera. Dichas personas tienen más posibilidades de ganar un premio que yo, porque rara vez apuesto; pero perseverancia no significa obstinación, ni mucho menos confiar el éxito a un sorteo, algo completamente ajeno a nuestro control.
La otra cara la representan quienes ganan premios inesperados, pero luego no saben gestionarlos adecuadamente. Incluso, se van a la quiebra y terminan endeudados y deprimidos. Gerenciar la fortuna es un reto para los ganadores de grandes sumas, porque deben transformar su manera de pensar. Como asegura John Maxwell, “la realidad les cambió, por lo tanto, ellos tienen también que hacerlo y adaptar sus pensamientos a esa nueva realidad”. Eso, a veces, no es nada fácil.
Una vida holgada y lujosa no equivale a altos niveles de bienestar integral. No pongamos el énfasis en acumular objetos, sino en iniciar una transformación personal, el único modo de ser realmente “ricos”. La clave, sobre todo, radica en compartir, que es la mejor manera de disfrutar el éxito.
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