The federal government’s open again. Unlike two weekends ago, visitors can once again tour the Harry S. Truman Presidential Library and Museum in Independence or the National Archives-Kansas City.
When Congress failed to approve a stopgap spending measure on Jan. 19, the federal government officially shut down at 12:01 a.m. on Jan. 20. Three days later, the House and Senate passed a short-term spending bill (H.R. 195) to reopen government. The continuing resolution also reauthorized the Children’s Health Insurance Program (CHIP) for six years and delayed or suspended certain tax increases.
What wasn’t part of the bill was a legislative fix for the Deferred Action for Childhood Arrivals program (DACA) or increased border security or a handful of other contentious issues that since September have prevented Congress from approving a budget.
The continuing resolution both houses passed last week expires Feb. 8. Lawmakers must come up with a long-term budget agreement in the next seven days, or the government will run out of money, and “nonessential” government operations will again grind to a halt.
Congress didn’t reach a deal on an omnibus spending bill for fiscal year 2017 until May 4 – a full seven months into the fiscal year. We’re now on our third continuing resolution and four months into fiscal year 2018 without a budget.
What’s more, the Congressional Budget Act calls for the president to submit a budget proposal for fiscal year 2019 by the first Monday in February. It’s the first major deadline on the annual budget calendar, followed by April 15, the due date for the House and Senate each to adopt respective 2019 budget resolutions.
That Congress failed again to meet the Oct. 1 budget deadline is more of a trend than an anomaly. According to Pew Research, “the time between the start of each fiscal year and the date that year’s final spending bill became law has grown from 56 days in fiscal 1998 to 216 days in fiscal 2017.”
The prolonged annual budget battles are due in part to the increased use of omnibus bills, which package unrelated, disparate measures into a single, giant law, hundreds or even thousands of pages long. According to critics, omnibus bills are undemocratic; their size and scope enable lawmakers to insinuate controversial measures beyond public scrutiny and prevent lawmakers from studying the bill sufficiently before voting on it.
These omnibus or catchall bills provide a medium for politicians to posture, grandstand and pander to their respective bases and politicize policies and appropriations while holding the budget and unrelated issues hostage. Isn’t that conspicuously counterproductive?
The federal budget is a planning document, informed by national priorities, which outlines annual spending and revenue based on Congressional Budget Office estimates. It’s time for Congress to agree on a budget for fiscal 2018 and pass a stand-alone spending bill as it’s supposed to. Then lawmakers can move on to other pressing issues such as DACA, immigration reform and border security.
Aprobar una cuenta de gastos independiente
El gobierno federal está abierto de nuevo. A diferencia de hace dos fines de semana, los visitantes pueden recorrer nuevamente la Biblioteca Presidencial Harry S. Truman y el Museo de Independence o los Archivos Nacionales de Kansas City.
Cuando el Congreso no aprobó una medida de gasto provisional el 19 de enero, el gobierno federal cerró oficialmente a las 12:01 am del 20 de enero. Tres días después, la Cámara de Representantes y el Senado aprobaron un proyecto de ley de gasto a corto plazo (HR 195) para reabrir el gobierno. La resolución continua también reautorizó el Programa de Seguro de Salud para Niños (CHIP) por seis años y retrasó o suspendió ciertos aumentos de impuestos.
Lo que no formaba parte del Congreso exige que el Presidente presente una propuesta presupuestaria para el año fiscal 2019 el primer lunes de febrero. Es la primera fecha límite importante en el calendario presupuestario anual, seguida por el 15 de abril, la fecha límite para que la Cámara de Representantes y el Senado adopten las respectivas resoluciones presupuestarias para el 2019.
El hecho de que el Congreso no volviera a cumplir el plazo presupuestario del 1 de octubre es más una tendencia que una anomalía. Según Pew Research, “el tiempo transcurrido entre el inicio de cada año fiscal y la fecha en que se convirtió en ley la ley de gasto final de ese año pasó de 56 días en el año fiscal 1998 a 216 días en el año fiscal 2017”.
Las prolongadas batallas presupuestarias anuales se deben en parte al aumento en el uso de proyectos de ley para asuntos distintos, que combinan medidas inpar y no relacionadas en una sola ley gigante, cientos o incluso miles de páginas. Según los críticos, los proyectos de ley combinados no son democráticos, su tamaño y alcance permiten a los legisladores insinuar medidas controvertidas más allá del escrutinio público y evitar que los legisladores estudien el proyecto de ley lo suficiente antes de votar por él.
Estas medidas de proyectos de ley para asuntos distintos o que buscan abarcar todo proporcionan un medio para que los políticos adopten posturas, una posición de tribuna y complazcan a sus respectivas bases. Además, politicen las políticas y las consignaciones mientras mantienen como rehén el presupuesto y las cuestiones no relacionadas. ¿No es notablemente contraproducente?
El presupuesto federal es un documento de planificación, informado por prioridades nacionales, que describe el gasto anual y los ingresos en base a las estimaciones de la Oficina de Presupuesto del Congreso. Es hora de que el Congreso acuerde un presupuesto para el año fiscal 2018 y apruebe un proyecto de ley de gastos independiente como se supone que debe hacerlo. Luego, los legisladores pueden pasar a otros temas importantes como DACA, la reforma migratoria y la seguridad fronteriza.