By Jorge Ramos
First, the bad news. The United States is “united” in name only. Sometimes it seems that we are two completely different nations locked in never-ending conflict.
I’ve just been to Los Angeles — for the most part a liberal, pro-immigrant, anti-Trump stronghold — where resistance to Washington has become a point of pride for many, and where the police seem to have no interest in pretending that they are immigration agents. But as soon as you leave the island that is California, things change dramatically.
Polls provide evidence that ours is an almost broken country. Most of the Republicans who voted for President Donald Trump will vote for him again in 2020, even though at a recent rally in Mississippi, Trump mocked Christine Blasey Ford, who had claimed that Supreme Court Justice Brett Kavanaugh tried to sexually assault her decades ago. This is not a humorous matter, yet Trump’s audience laughed and jeered.
Meanwhile, Democrats still don’t understand that merely being anti-Trump isn’t enough to win the next presidential election. They must stand for something, and that something isn’t very clear to the electorate just yet.
In my 35 years living in the United States, I have never seen such anti-immigrant sentiment sweep the country, from the Trump administration’s arbitrary reduction of legal asylum-seekers and visas to the separation of children from their parents at the border. Today there are still dozens of children who haven’t been reunited with their parents, many of whom have already been deported. It’s hard to be optimistic about the country’s future.
When it comes to policy, it’s as if America’s two political parties are having a dialogue and drowning each other out. One demands a wall, more agents and a hard line against immigration; the other advocates for the legalization of undocumented immigrants and the humane treatment of refugees. Meanwhile, the border is mired in paralysis and chaos, and officials are operating under a failed immigration policy.
Now the good news. Our young daughters and sons are, thankfully, acting like much better citizens than we are. The Dreamers, the survivors of the Parkland massacre in Florida and the women who have given rise to the #MeToo movement are sick of traditional political parties and are not waiting their turn to have influence any longer. Without asking for permission, they’re advocating for change and creating solutions to all the issues that older Americans have been unable to address.
Congress has not updated immigration laws in over three decades. The “Dreamers” — young undocumented immigrants brought here when they were children — have taken the lead in advocating for change. It never ceases to amaze me how leaders within the Dreamers’ organizations can have a much clearer vision of how to solve immigration problems than many members of the House or the Senate.
The same can be said about the student survivors of the shooting in a Parkland high school, in which 17 people were killed. While America becomes more accustomed to these types of tragedies, the students from Parkland said: Enough! I’m certain that they will not stop their activism until they achieve some sort of gun control legislation. There’s nothing more unrelenting than a group of teenagers with an idea in their heads.
There’s more. Thanks to the courage of thousands of women, sexual harassment and gender discrimination have turned into the most relevant political and personal issues of our time. The outrage and resolve of the #MeToo movement have shaken this country’s outdated patriarchal structures.
This new generation of leaders can broadcast its message loud and clear through social media. In fact, this is perhaps the first generation that can employ technology more effectively than the one that preceded it.
If the future of the United States is in the hands of leaders from the #MeToo movement, the Parkland survivors, the Dreamers — or activists from the LatinX, LGBTQI and environmental groups — we can be confident that they will do the right thing. Their moral clarity is refreshing when compared to the ethical mess that Trump and some of his followers have created since his election.
If you’re a parent, you should take comfort in the fact that we must have done something right for our daughters and sons to grow to be such rebellious, enterprising and proactive people. They will save us.
And that’s why I’m actually optimistic about this country’s future.
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Optimista (a Pesar de Todo)
Primero las malas noticias.
Estados Unidos es sólo de nombre. A veces parece que se trata de dos naciones totalmente distintas y en conflicto permanente. Acabo de estar en Los Ángeles — un bastión liberal, pro-inmigrante, anti-Trump — donde la resistencia al gobierno en Washington es una forma de vida y motivo de orgullo. Aquí hasta la policía ha entendido perfectamente que no gana nada con hacerse pasar por agente de inmigración. Pero apenas salgo de la isla que es California, las cosas cambian dramáticamente.
Las encuestas dibujan un país casi roto. La mayoría de los Republicanos que votaron por el presidente Donald Trump lo volverían a hacer en el 2020. Hace poco, en Mississippi, Trump se burló abiertamente de la doctora Christine Blasey Ford, quien había asegurado que el juez Brett Kavanaugh la intentó violar hace décadas. No hay nada de que reírse, pero la audiencia lo hizo.
Mientras, los Demócratas no acaban de entender que no basta ser anti-Trump para ganar la próxima elección presidencial. Tienen que luchar por algo (y ese algo no está muy claro en el electorado). Estados Unidos está pintado de rojo o azul. El morado parece ser un color imposible.
Nunca, en mis 35 años en Estados Unidos, había visto un clima tan antiinmigrante como ahora. Desde la arbitraria reducción de refugiados y visas hasta la separación de niños de sus padres. Hoy, todavía, hay decenas de niños que no se han entregado a sus padres (que ya fueron deportados).
En este diálogo de sordos unos piden muro, más agentes y mano dura, mientras otros quieren la legalización de indocumentados y un trato humano a los refugiados. El resultado es una agobiante parálisis y un caos en la frontera. La actual política migratoria es un fracaso y, sin embargo, nada cambia.
Ahora, las buenas noticias.
Nuestras hijas y nuestros jóvenes son, afortunadamente, mucho mejor que nosotros. Los Dreamers, los sobrevivientes de la masacre en Parkland, Florida, y las mujeres que han impulsado el movimiento #MeToo están hartos de los partidos políticos tradicionales y ya no esperan su turno. Sin pedir permiso, han tomado el liderazgo en todos los temas que los adultos no hemos pudimos resolver.
El Congreso de Estados Unidos lleva más de tres décadas sin modernizar las leyes migratorias. Por eso los “Dreamers” — que fueron traídos ilegalmente al país cuando eran muy pequeños — les han robado la iniciativa. No deja de sorprenderme que cualquiera de los líderes de las organizaciones de los Dreamers tiene una idea mucho más clara de cómo solucionar el problema migratorio que varios congresistas y senadores.
Lo mismo ocurre con los estudiantes que sobrevivieron a la masacre en la escuela de Parkland, Florida, donde fueron asesinadas 17 personas. Las matanzas son cosa de casi todos los días. Nos hemos, tristemente, acostumbrado a ellas. Pero los estudiantes de Parkland dijeron basta y, estoy seguro, no van a descansar hasta lograr algún tipo de control de armas. No hay nada más difícil de detener que cuando a un adolescente se le mete una idea en la cabeza.
Hay más. Gracias a la valentía de miles de mujeres, el acoso sexual y la discriminación de género se han convertido en el asunto político y personal más importante del momento. La indignación y determinación del movimiento #MeToo ha hecho temblar todas las estructuras de autoridad patriarcal.
Estos nuevos líderes tienen una voz mucho más poderosa que la nuestra. A través de las redes sociales pueden transmitir con fuerza sus mensajes. Es la primera generación que maneja la tecnología mejor que la que le precedió.
Si el futuro de Estados Unidos va a estar en manos de las líderes del movimiento #MeToo, de los sobrevivientes de Parkland, de los Dreamers — y de activistas LatinX, LGBTQI y del medio ambiente — podemos estar tranquilos. Su certeza moral es un gran ejemplo frente a las marañas éticas de Trump y algunos de sus seguidores.
Nuestro único consuelo es que, como madres y padres, algo habremos hecho bien para que nuestras hijas e hijos salieran tan rebeldes, emprendedores y propositivos. Ellos nos van a salvar.
Por esto, a pesar de todo, estoy tan optimista.