Divulgando la cultura en dos idiómas.

Cree lo que ven tus ojos

By Jorge Ramos

¿Qué habría pasado si el asesinato de George Floyd no hubiera sido grabado en video? Es posible que no hubiera tenido la repercusión que tuvo: quizás no se habría hecho justicia, probablemente no se habría revitalizado un movimiento por la igualdad racial en Estados Unidos y tampoco se hubiera generado una conversación en distintos países del mundo sobre racismo estructural ni abuso de poder de las policías.
Que no hubiera pasado nada es la terrible sospecha de muchos estadounidenses negros y miembros de otras minorías en un país que no derogó la esclavitud al firmar su acta de independencia en 1776. Este es un pecado original que todavía hoy no logra resarcir: el país aún no ha podido cumplir con la promesa de que todas las personas sean tratadas como iguales.
Décadas de esclavitud, seguidas por décadas de discriminación, demuestran que Estados Unidos no ha podido deshacerse de su triste pasado racista. Hay una larga y dolorosa lista de estadounidenses negros que han muerto a manos de la policía y no debemos dejar de decir y recordar sus nombres: Daunte Wright, Michael Brown, Eric Garner, Philando Castile, Breonna Taylor, Tamir Rice y el simbólico caso de George Floyd, cuyo caso acaba de ser resuelto la semana pasada. El acusado de su asesinato, el exoficial de policía Derek Chauvin fue encontrado culpable de dos cargos de asesinato y uno de homicidio involuntario.
Se hizo justicia. Pero los problemas de fondo siguen sin resolverse. Que fuerzas del orden sigan matando a personas negras es inaceptable y debemos diseñar políticas específicas para evitar sucedan. Y ahora hay un temor más inquietante: si no hay nadie alrededor para grabar la atrocidad, quizás no pase nada. Es necesario lograr que no todo el peso recaiga en ciudadanos de a pie que, con valentía e incluso riesgo personal, saquen su celular y graben estos crímenes.
Este es el caso de Darnella Frazier, quien el 25 de mayo del año pasado tenía 17 años y mientras avanzaba por una calle de Minneapolis vio cómo se cometía un delito y apretó el botón de grabar.
Ese día la policía arrestó a un hombre negro de 46 años luego que el empleado de una tienda denunciara que había pagado unos cigarrillos con un billete falso de 20 dólares. Esposado con las manos en la espalda y boca abajo, tirado en el piso, con la rodilla del expolicía Derek Chauvin sobre su cuello, George Floyd repitió más de una veintena de veces la frase: “No puedo respirar”. El video dura unos angustiosos nueve minutos y 29 segundos. El video de Frazier, uno de al menos dos transeúntes, fue crucial para el juicio contra el expolicía y también para impulsar el movimiento contra la injusticia racial en el mundo.
El testimonio de Frazier en el juicio fue demoledor: “Me he pasado noches pidiéndole disculpas a George Floyd por no haber hecho más, por no haber interferido físicamente y haber salvado su vida. Pero esto no se trata sobre lo que yo debí haber hecho sino de lo que él [Chauvin] debió haber hecho”.
El hecho de que esta historia se haya repetido tantas veces hace patente un patrón de conducta policiaca contra personas no blancas. “Cuando veo a George Floyd veo a mi padre”, dijo Frazier durante su testimonio. “Veo a mis hermanos, a mis primos, a mis tíos, porque todos ellos son negros […] y veo cómo pudo haber sido cualquiera de ellos”.
En esta época de fake news en las redes sociales, de granjas de bots o trolls y de tecnología que hace posible que se puede modificar de manera hiperrealista la cara o voz de una persona (los llamados deep fakes) estamos cada vez más entrenados a sospechar de lo que vemos. Es un escepticismo que puede ser sano cuando ayuda a discernir la verdad de la falsedad, pero profundamente dañino cuando se trata de llegar a la verdad en un caso. ¿Cómo sé si la imagen de una protesta, un accidente o una guerra que veo corresponde al país y a la fecha que indican? Pero en el caso del video de George Floyd todo lo que vimos fue cierto.
“Crean en lo que ven sus ojos”, dijo en sus argumentos finales Steve Schleicher, uno de los abogados del Estado en el caso contra el expolicía. “Este caso es exactamente lo que ustedes pensaron cuando lo vieron por primera vez, cuando vieron ese video Es lo que sienten en el estómago. Es lo que ustedes ahora saben en su corazón”.
El jurado estuvo de acuerdo, Chauvin fue declarado culpable y será sentenciado en unas semanas.
El asesinato de Floyd fue tan cruel y brutal que, aún en medio de la pandemia, hubo protestas masivas en varias ciudades de Estados Unidos. Y también impulsó distintas marchas Europa, África y América Latina. La difusión del video ha obligado a policías en todo el mundo a cambiar la manera en que tratan a un detenido, particularmente cuando los están grabando.
“Tenemos 18.000 departamentos policíacos [en Estados Unidos] y no puedo asegurar a la comunidad que esos 18.000 departamentos van a decir que no se puede usar la rodilla en el cuello [de un sospechoso]”, me dijo en una entrevista Art Acevedo, el nuevo jefe de la policía en Miami. “Necesitamos que el Congreso y los políticos pasen leyes que no permitan” esa maniobra.
El asesinato de Floyd y la difusión del video de su muerte hace evidente la necesidad de esas transformaciones legales y también ha cambiado la noción de los ciudadanos de participar de alguna manera si vemos un crimen o un abuso.
Los celulares —que en la práctica han convertido a millones de individuos en reporteros y testigos de primera mano— son por el momento el arma más poderosa que tenemos en contra de la brutalidad policíaca en cualquier parte del mundo.
Darnella Frazier dijo en su testimonio que siempre tendrá la duda de si pudo haber hecho algo más para salvar la vida de George Floyd. Pero hizo algo que no debemos olvidar: gracias a su claridad moral y mental el caso de Floyd llegó a sus últimas consecuencias judiciales y es posible que, si se consiguen cambios legislativos, se salven muchas vidas en el futuro. Hay que creer en lo que ven nuestros ojos.

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