Divulgando la cultura en dos idiómas.

Jorge Ramos: Del ‘sí se puede’ al ‘no se pudo’. Las promesas incumplidas sobre la reforma migratoria

Algunos políticos son de otro mundo. Tienen, digamos, un sentido de compromiso más flexible que el resto de la humanidad. Cuando haces una promesa, por lo general, das por hecho que la puedes cumplir. O que harás todo lo posible para hacerla realidad. Pero después de todos estos años hemos visto que, en el mundo de la política, es posible que cuando algunas personas hacen una promesa sepan de antemano que no la van a cumplir. Y, sin embargo, siguen prometiendo. Porque en ese momento les conviene, lo necesitan, se lo creen o ya se acostumbraron a mentir.
En este momento, el Partido Demócrata tiene un problema de credibilidad con los latinos en Estados Unidos: ha prometido tantas veces que va a emprender una reforma migratoria para legalizar a millones de personas indocumentadas sin lograrlo que ya no sabemos bien qué creer. Es como el cuento de Pedro y el lobo, en el que un chico anuncia tantas veces la llegada de la criatura que, cuando finalmente llega, ya nadie le cree. Pero la realidad es más frustrante: en Estados Unidos, el lobo —la reforma— simplemente nunca llega.
Cuando en 2020 Joe Biden ganó la presidencia y los demócratas ganaron el control de ambas cámaras del Congreso, en teoría las condiciones estaban dadas para que el nuevo habitante de la Casa Blanca cumpliera con su plan de una reforma migratoria integral. Entonces, resucitaron las esperanzas para quienes viven sin documentos en este país. Muchas de estas personas son familias enteras que hacen los trabajos que nadie más quiere, que pagan impuestos y que han realizado labores esenciales durante la pandemia. Incluso, más allá de la política, la mayoría de los estadounidenses (el 74 por ciento) está a favor de que existan vías de legalización, según una encuesta del Centro Pew.
Entonces, ¿por qué no se ha hecho? De entrada, porque los legisladores del Partido Republicano —como un mantra— se han opuesto en bloque a cualquier proceso de legalización que no incluya lo que consideran una frontera impenetrable. Y eso no va a ocurrir. La frontera entre México y Estados Unidos es porosa por naturaleza. En un continente tan desigual, los más vulnerables suelen buscar refugio en los lugares que le den seguridad. Más que pretender que se puede frenar el flujo migratorio, hay que manejarlo.
Descartados los republicanos, quedan, solitos, los demócratas. Y entre ellos no siempre se ponen de acuerdo. En el gobierno del presidente Biden han empujado por muchas cosas —desde un gigantesco proyecto de infraestructura hasta la protección del derecho al voto— pero la migración no parece estar en sus prioridades.
Además, hay un problema de números. Con 48 senadores demócratas y dos independientes, los demócratas no tienen los votos suficientes (60) para iniciar un debate. Y todo parece atorarse ahí.
En pocas palabras, los demócratas son muy buenos para prometer, pero no para cumplir. Prometen cosas lindas aunque no tengan mucha idea de cómo materializarlas después. Biden, por ejemplo, prometió en la campaña que presentaría una propuesta migratoria ante el Congreso. Y aunque lo hizo en su primer día como presidente, no tenía los votos necesarios en el Senado. Esa promesa nació hueca.
Así, rápidamente pasamos del plan A —la propuesta de Biden que buscaba la legalización de millones de personas— a un plan B —residencia permanente para algunos— y más tarde a un desabrido plan C —el compromiso de no deportar—. Al final, ninguno de estos planes fue aprobado por la totalidad del Congreso. Y nos quedamos en las mismas: con nada. No es la primera vez que pasa.
Biden, quien tiene una larga carrera política, lo sabe. “Quieren que cumplamos”, reconoció en un discurso a finales del año pasado. Gobernar implica muchos desafíos burocráticos, conciliar, negociar, dialogar y hacer concesiones. Pero, sobre todo, pasa por hacer. Y, al menos en el importante asunto migratorio, los demócratas están en un aprieto: en noviembre vienen las elecciones intermedias en las que podrían perder el control de ambas cámaras.
Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, en búsqueda de un mensaje más sucinto y atractivo, le propuso al presidente usar el eslogan “Los demócratas cumplen” para las elecciones, según reportó The New York Times. Al parecer el eslogan no funcionó en los sondeos, pero el problema viene más de fondo, al menos para muchos votantes latinos: ¿sí cumplen?
La mayoría de los votantes latinos votó por Biden en 2020. Pero eso podría cambiar en las elecciones para el Congreso de este 2022. “Los votantes latinos deciden elecciones”, escribió en una columna de opinión el año pasado la analista política Maria Cardona. “Los demócratas deben entender esto o corren el riesgo de perder votantes del grupo minoritario de más rápido crecimiento en el país”. Tiene razón.
Como sugirió una encuesta del Wall Street Journal, la intención de voto de los electores hispanos está dividida exactamente por la mitad entre demócratas y republicanos con un alto porcentaje de indecisos.
Y entre muchos líderes de la comunidad latina hay una especie de frustración y desencanto con lo que está ocurriendo. Nada se mueve. Cualquier propuesta que beneficie a los inmigrantes latinoamericanos parece estancarse.
“Soy una chillona”, escribió en Twitter Angelica Salas, directora de CHIRLA, una de las organizaciones hispanas más influyentes de Estados Unidos. “Pero últimamente me he obligado a aguantar las lágrimas. Esto es producto del enojo por el abandono de nuestra gente y por el intento de mantenerla como una clase inferior. Los políticos dicen ‘Sí se puede’ para ser elegidos y luego dicen ‘No se puede’ cuando ya están en sus cargos”.
Los hispanos hemos tenido una larga y complicada relación con los políticos de Estados Unidos. Cuando crecía la ola latina, en los años setenta y ochenta, bastaba con que un candidato dijera unas palabritas en español para que muchos votantes hispanos los respaldaran. Luego, al inicio del siglo XXI, llegó George W. Bush, quien creía que hablaba español y trataba de comunicarse en castellano, y obtuvo alrededor del 40 por ciento del voto latino en 2004.
Después arribó la época de las promesas. Barack Obama prometió presentar una reforma migratoria durante su primer año de gobierno, y no lo hizo aunque los demócratas tenían una supermayoría en el Senado. Y ahora Biden hizo la misma promesa y la hizo probablemente sin saber cómo la iba a cumplir.
Esa estrategia está ya muy desgastada. A partir de ahora no le podemos creer nada a nadie. Si nos hacen una promesa en plena campaña electoral, nuestra primera pregunta debe ser: ¿Y cómo piensas llevarla a cabo?
Así como desde hace tiempo decir unas palabras sueltas en español ya no era suficiente, decir “Sí se puede” tampoco lo es.

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