Divulgando la cultura en dos idiómas.

Jorge Ramos : Trump ¿2024?

El presidente Joe Biden es lo opuesto a Donald Trump. Biden es pausado, tranquilo, casi no tuitea, piensa lo que dice y tiene un ego bien controlado. No es aventurado decir que ganó la elección de 2020 precisamente porque era tan distinto a Trump. Su estilo de gobernar ha bajado la ansiedad en Estados Unidos.
Ya no nos levantamos cada mañana con la inquietud de ver qué tuiteó Trump en la madrugada desde la Casa Blanca. No hay escándalos semanales sobre posibles conflictos de interés, filtraciones incendiarias, despidos o renuncias abruptas, testimonios alarmantes de exasesores y un largo etcétera de eventos controversiales. También, con la delicada situación actual en Ucrania, tranquiliza saber que no depende de Trump el posible inicio de una tercera guerra mundial.
La manera de mandar de Biden es clásica, institucional, estructurada. Es el presidente típico, lo que te imaginas cuando piensas en un líder de Estados Unidos. La ecuanimidad y el balance emocional de Biden, sin embargo, no generan grandes titulares ni debates férreos en las redes sociales.
Pero eso no ha sido suficiente y, mientras se acercan las elecciones intermedias que redefinirán el Congreso estadounidense y en dos años se celebra la próxima elección presidencial, el panorama no luce bien para el presidente y el Partido Demócrata.
Así, rapidito, hay enormes presiones para controlar la expansión rusa en Europa y las consecuencias de la invasión a Ucrania. Eso se suma a la caótica y vergonzosa salida de Afganistán en agosto del año pasado. A nivel nacional nos acercamos al millón de muertes por la pandemia, la inflación nos come el mandado, no hay señales de la prometida reforma migratoria, el Congreso está paralizado, el país sigue dividido ideológicamente y, según una encuesta, hay poco entusiasmo por el futuro.
Donald Trump, mientras tanto, sigue siendo la figura dominante del Partido Republicano y podría aprovechar los tropiezos y la situación de descontento y polarización para volver a lanzarse a la presidencia en 2024. E, irónicamente, todo apunta a que su campaña será lo que le funcionó a Biden en la elección pasada: voten por mí, yo no soy el presidente.
¿Será que la era de la ecuanimidad en la Casa Blanca terminará en 2024? ¿Trump podría volver?
Es una posibilidad latente. Y hay un problema grande: Trump, un mentiroso prolífico y que tiene en su andar comentarios racistas inaceptables, es, ante todo, una amenaza para la democracia de Estados Unidos.
Vamos por partes. Trump es el principal promotor de lo que en Estados Unidos se conoce como la “gran mentira”: asegurar, falsamente, que las elecciones presidenciales de 2020 fueron fraudulentas y que el verdadero ganador fue él.
Trump parece rechazar cualquier hecho que vaya en contra de su visión del mundo. En junio del año pasado me lo encontré en un evento en la frontera en Weslaco, Texas. Y ahí le pregunté: “¿Va usted a reconocer finalmente que perdió las pasadas elecciones?”. Me miró fijamente y respondió: “Ganamos la elección”. Se trata de una representación clara de cómo miente el expresidente: te ve a los ojos y te miente en la cara. (Quizás nunca sabremos si él se cree sus mentiras).
Pero las mentiras tienen consecuencias, y Estados Unidos se cimbró con varias de ellas.
Tal vez la que tuvo mayores repercusiones, violentas y peligrosas, fue alrededor de los eventos del 6 de enero de 2021. Ese día, instigó a los manifestantes que lo escuchaban a ir hacia el edificio del Congreso mientras se realizaba el conteo de los votos electorales para confirmar la victoria de Biden. En un discurso frente a la Casa Blanca les dijo a sus seguidores: “ustedes nunca podrán recuperar nuestro país si son débiles”.
Momentos después, el Capitolio estadounidense fue asaltado. Por la noche, después de finalmente pedirle a sus seguidores que se alejaran de la sede del gobierno estadounidense, Trump escribió en un tuit: “Recuerden este día para siempre”. Lo recordaremos: al menos siete personas murieron a consecuencia de los eventos de ese día.
Incluso antes del asalto al Capitolio, ahora sabemos que Trump intentó presionar a su vicepresidente, Mike Pence, para que anulara el resultado electoral. “Desafortunadamente [Pence] no ejerció su poder”, dijo Trump en enero de este año. “Él tenía el derecho de revertir el resultado de las elecciones”. El exvicepresidente, en realidad, nunca tuvo esa autoridad. “El presidente Trump está equivocado”, replicó Pence en un discurso en febrero. “Yo nunca tuve el derecho de anular el resultado de las elecciones”. Y después lanzó la crítica más dura que le he escuchado a Pence contra su antiguo jefe: “No hay una idea menos estadounidense que la noción de que una sola persona pueda escoger al presidente”. Eso es precisamente lo que Trump quería hacer: nombrarse presidente por cuatro años más. En América Latina, a eso lo llamamos golpe de Estado.
Trump no sólo es un peligro para la democracia y un promotor de falsedades —dijo mentiras más de 30.000 veces durante su presidencia, según el conteo del Washington Post— sino que ha hecho comentarios racistas que deberían ser inaceptables para cualquiera, pero más para un funcionario público. Recordemos un par de ejemplos: dijo que los inmigrantes mexicanos eran criminales y “violadores” y aseguró que el juez Gonzalo Curiel no podía ser objetivo debido a su “herencia mexicana”.
Esta es la persona que podría regresar a la Casa Blanca.
Las encuestas indican que millones de republicanos han creído en las mentiras de Trump y consideran que Biden es un presidente ilegítimo. Esta es, tristemente, la misma conversación que durante décadas hemos tenido en varios países de América Latina. Nunca me imaginé que ocurriría también en Estados Unidos.
Al final, el sistema democrático funcionó: Trump perdió y Biden está en la Casa Blanca. Pero no hay una garantía de que funcionará siempre. Por eso hay que resistir los intentos autoritarios de Trump y no dejar de desentrañar sus mentiras. De esto depende el futuro del país.
Para que la democracia sobreviva y se fortalezca en Estados Unidos, deben ser penalizados los que la pusieron en peligro. Varios de los manifestantes que provocaron los desmanes en el Capitolio ya han sido arrestados y sentenciados. Pero con Trump no ha pasado nada.
La investigación del Congreso sobre lo ocurrido el 6 de enero continúa, y sus conclusiones y decisiones serán muy importantes. El destino del país depende, sin exagerar, de que el autor intelectual de la insurrección sea obligado a responder y a hacerse responsable de sus actos contra un sistema que ha funcionado por más de dos siglos.
Hasta que eso no ocurra, la paz no regresará a Estados Unidos.

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