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Jorge Ramos: El ladrón de Nicaragua

El dictador Daniel Ortega de Nicaragua tiene la mala costumbre de robarse cosas. Actualmente vive en una casa que se robó en 1979, al final de la revolución sandinista. Y ahora se quiere robar al país que gobierna como un tirano huraño. Habrá que sacarlo de los dos lados.
Ortega vive en una mansión que originalmente fue del banquero Jaime Morales. Pero mientras él se encontraba en un viaje de trabajo fuera del país, Ortega y su ahora esposa Rosario Murillo se apropiaron ilegalmente de la casa y de todas las obras de arte que había en ella. Luego la casa fue expropiada por un programa conocido como la “piñata,” y Ortega acabó pagando 1,500 dólares por una propiedad que valía hasta dos millones de dólares, según lo que me contó el propio Morales hace años. (Ortega me dijo en una entrevista en 1996 que su casa era “un símbolo” y que pagó “un valor por la casa de acuerdo a lo que se pagaba en ese entonces”.)
Siguiendo la misma estrategia de apropiarse de lo que no es suyo, ahora Ortega está arrestando, censurado y desterrando a todos sus opositores políticos para quedarse como único líder del país. Nicaragua, tan bellamente conectado por su geografía, opera como si fuera una isla y, como han apuntado algunos analistas, se está convirtiendo en la nueva Corea del Norte del continente americano: aislada, criticada, brutalmente represiva y gobernada por una pareja – Daniel y Rosario – desquiciada, egocéntrica y que ha perdido el rumbo.
Un reciente informe de un panel de la ONU – Grupo de Expertos en Derechos Humanos sobre Nicaragua – acusó al régimen de Ortega de “crímenes de lesa humanidad”. Las denuncias incluyen ejecuciones extrajudiciales, tortura y el temor de la población nicaragüense “de las acciones que el propio gobierno pueda tomar en su contra.” Nicaragua es un régimen de terror. La democracia que fue mundialmente aplaudida en 1990 con la elección de Violeta Chamorro ha desaparecido.
Ortega se ha atornillado en el poder desde el 2007 y no lo ha soltado. Las pasadas elecciones presidenciales de noviembre del 2021 fueron marcadas por denuncias de fraude y por el previo arresto de varios candidatos presidenciales. Fue como jugar un partido de fútbol sin contrincante y con el árbitro de tu lado. También fueron detenidos periodistas, empresarios, estudiantes y civiles opositores.
Casi todos ellos forman parte de un grupo de 222 presos políticos que recientemente fue desterrado de Nicaragua y enviado por avión a Washington. También los despojaron de su nacionalidad al igual que a otros 94 disidentes y críticos que ya vivían en el exterior. Y siguiendo su tendencia a robarse lo ajeno, el gobierno de Ortega inició las confiscaciones de sus propiedades, según reportó el diario español El País. Es la segunda “piñata”.
“Yo fui secuestrado de mi casa, sin orden judicial”, me contó Juan Sebastián Chamorro, quien era uno de los aspirantes a ser el candidato único de la oposición para las elecciones del 2021 y que formó parte del grupo de los 222 presos políticos recientemente liberados. Chamorro tuvo períodos de aislamiento en la cárcel donde “no se nos permitía hablar, no se me permitía la lectura.” Y él cree que la dictadura los libera para “eliminar un foco de conflicto” y “mantenerse en el poder.”
El líder estudiantil, Lesther Alemán, también voló a Washington con el grupo de prisioneros políticos. En el 2018, con sólo 20 años de edad, Alemán se dio a conocer por confrontar a Ortega en un evento convocado por la iglesia católica. “Esta no es una mesa de diálogo”, le dijo Alemán a Ortega en su cara. “Es una mesa para negociar su salida y lo sabe muy bien porque el pueblo es lo que ha solicitado.”
Ortega, en ese momento, no dijo nada. Pero se guardó la venganza por la vergüenza pública que Alemán le hizo pasar. Alemán fue detenido el 5 de julio del 2021, acusado de participar en actividades contra el estado nicaragüense. “Desde el portón de mi casa hasta la dirección (de la policía), me golpearon todo el camino”, me dijo en una entrevista hace unos días en Miami. En su juicio exprés hubo elementos de tragicomedia. La fiscalía presentó una fotografía de Alemán en Disneyland, cuando só–––lo tenía 10 años, “aseverando que aquí me vine a entrenar a Estados Unidos.”
Le pregunté a Alemán sobre la pérdida de su pasaporte y de su nacionalidad nicaragüense. “Según Daniel Ortega no tengo país,” me dijo. “Pero quiero asegurarle a él mismo que yo soy y seguiré siendo nicaragüense, le duela al que le duela … Yo nací ahí. Mis padres nacieron ahí. El me puede arrebatar la partida de nacimiento, me puede arrebatar el pasaporte. Pero al final de cuentas, mi ombligo no lo va a poder arrebatar.”
No me extrañaría ver a Alemán, algún día, como presidente de una Nicaragua libre. Pero, por ahora, está concentrado en recuperar su título universitario y en llamar la atención sobre las violaciones a los derechos humanos que ocurren en su país. “Latinoamérica no debe echar su mirada hacia otro lado”, me dijo antes de despedirse. Tiene que “ver hacia Nicaragua.”
Daniel Ortega es un ladrón. Se robó la casa donde vive, se robó los documentos de nacionalidad de cientos de prisioneros políticos y se robó la democracia que tanto trabajo y vidas le costó a los nicaragüenses. Nicaragua ha sido tierra de dictadores, desde los Somoza hasta los Ortega. Pero también de rebeldes y revolucionarios. Si algo nos han enseñado los nicaragüenses es que, a pesar de todo, nunca se dejan. Tirar dictadores es lo suyo. Y Ortega es el que sigue.

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