Divulgando la cultura en dos idiómas.

Two Bad Presidents

We have two terrible presidents — this is the sad reality in Mexico and the United States. What we need right now are two capable leaders who can deal with a truly difficult moment in the countries’ bilateral relationship. Instead, we’ve ended up with Enrique Peña Nieto and Donald Trump.
We could say it’s just bad luck but, in fact, we made our own luck. Trump and Peña Nieto were elected to office because many of us on both sides of the border remained silent when it came time to choose a leader, and silence is always an accomplice.
Trump is an anti-immigrant bully who’s made racist, sexist and xenophobic remarks, both as a candidate and as president. He lies, and attacks the press when he doesn’t like the news. And he’s a bad neighbor. The same day he announced he was running for president he likened us, Mexican immigrants, to criminals and rapists. Then he threatened to order mass deportations, build a useless wall along the almost 2,000-mile border with Mexico and pull out of the North American Free Trade Agreement, which has created millions of jobs in the U.S., Canada and Mexico.
On the other side of the border is Peña Nieto, a cringing and fearful politician who became president in 2012 amid allegations of fraud by his primary opponent. He lacks moral clarity — Peña Nieto thought, for instance, that there was nothing wrong when his wife bought a $7 million house from a government contractor. And he has proven to be ineffective as a leader. After three years, he says he still doesn’t know what happened to the 43 missing college students from Ayotzinapa. And almost 88,000 Mexicans have been killed during his tenure, according to government statistics through late August.
Such a leader would never have lasted five years in any other country. Peña Nieto has failed to protect the lives of Mexicans, which is his primary duty. Instead, he has turned Mexico into a graveyard: His administration might turn out to be the bloodiest in the country’s modern history, bloodier than that of Felipe Calderón, during whose tenure 104,089 Mexicans were killed, according to official records.
Both presidents are extremely unpopular. A July survey from Reforma, a newspaper in Mexico City, showed that only 1 out of 5 Mexicans approves of Peña Nieto’s performance. In the U.S., Trump isn’t doing much better. About 38% of Americans approve of his approach to governance, and about 55% do not, according to the website FiveThirtyEight.
Both presidents are also very vain. They’ve accomplished very little, yet they are overly concerned about their images. Trump tweets nonstop to promote himself. And before delivering his fifth state of the union address, Peña Nieto spent millions of dollars on a promotional campaign lamenting the fact that people never talk about the good things happening in Mexico. Trump and Peña Nieto are two leaders who simply don’t represent their people.
The relationship between Mexico and the United States is marked by distrust. According to a recent Pew survey, 65% of Mexicans have an unfavorable view of the United States. Meanwhile, John Kelly, Trump’s chief of staff, has labeled Mexico a failed narco-state, according to a report in Reforma, and recently likened Mexico to Venezuela, saying Mexico was on the verge of collapse, according to The New York Times.
This is a perfect storm. Two mediocre and disliked presidents, an atmosphere full of suspicion and very low prospects that things will change anytime soon. Peña Nieto never understood that confronting Trump was a matter of national dignity, and that doing so could have salvaged the final days of his administration. Only a new president will be able to move us away from Peña Nieto’s submissive dynamics with Trump.
The situation reminds me of a couple of books by Carlos Fuentes, the late author whose clarity and bravery are much needed today. In “The Buried Mirror,” he writes, “The U.S.-Mexico border … is not really a border but a scar. Will it heal? Will it bleed once more?”
The answer can be found in another tale of his. Juan Zamora, a character in “The Crystal Frontier,” remarks, “He dreamed about the border, and saw it as an enormous bloody wound.”
That’s where we are right now. 

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Dos Presidentes Muy Malos

Tenemos dos presidentes terribles. Esa es la triste realidad de México y Estados Unidos. Justo cuando necesitábamos dos líderes capaces en uno de los momentos más difíciles de la conflictiva relación bilateral, nos cayeron Enrique Peña Nieto y Donald Trump. Podríamos decir que es mala suerte, pero la realidad es que es nuestra culpa. Trump y Peña Nieto llegaron al poder gracias al silencio de muchos, y el silencio es complicidad.
A Trump le gusta hacer “bullying” a los inmigrantes, y ha hecho comentarios racistas, sexistas y xenofóbicos. Miente y ataca a la prensa cuando algo no le agrada. Además, no es un buen vecino. El mismo día que anunció sus aspiraciones presidenciales en 2015, nos llamó criminales y violadores a los inmigrantes mexicanos. Luego amenazó con llevar a cabo deportaciones masivas, con construir un muro inútil en los 3.185 kilómetros de frontera con México y con terminar el Tratado de Libre Comercio, que ha generado millones de empleos en tres países.
Peña Nieto es un político encogido y temeroso que llegó a la presidencia en medio de acusaciones de fraude por parte de su principal oponente, que no tiene fuerza moral — no le pareció que hubiera nada malo en que su esposa le comprara una casa de $7 millones de dólares a un contratista del gobierno — a quien se le desaparecieron 43 estudiantes de Ayotzinapa hace tres años y todavía no sabe dónde están y en cuyo sexenio han asesinado a casi 88.000 mexicanos.
En ningún otro país habría durado cinco años un presidente como él. Peña Nieto ha hecho de México un país de fosas y ha fallado en su responsabilidad de proteger la vida de los mexicanos. Su gobierno podría convertirse en el más sangriento en la historia reciente de México, más sangriento incluso que el de Felipe Calderón, durante el cual fueron asesinadas 104.089 personas, de acuerdo con cifras oficiales.
Se trata de dos presidentes muy impopulares. Una encuesta del periódico Reforma realizada en julio de 2017 indica que sólo uno de cada cinco mexicanos aprueba la labor de Peña Nieto (20% la aprueba y 78% la desaprueba). A Trump no le va mucho mejor. Sólo el 38% de los estadounidenses está de acuerdo con su manera de gobernar y 54% la desaprueba, según el sitio FiveThirtyEight.
Para rematar, son dos presidentes muy vanidosos: Los dos han hecho muy poco, pero están demasiado preocupados por su imagen. Trump se la pasa tuiteando para promoverse y Peña Nieto se gastó millones de pesos antes de su quinto informe de gobierno para decirnos que “lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho.”
Tenemos en Trump y Peña Nieto a dos líderes que no hablan por nosotros y que les toca gobernar en el momento de mayor tensión entre ambas naciones en décadas.
La desconfianza es lo que hoy marca la relación entre México y Estados Unidos. El 65% de los mexicanos tiene una opinión negativa de Estados Unidos, según una reciente encuesta del Pew Research Center, un centro de investigaciones en Washington. En Estados Unidos ocurre un fenómeno similar. Mientras tanto, John Kelly, el jefe de gabinete de Trump, ha etiquetado a México como un “narcoestado fallido,” de acuerdo con reportes del periódico Reforma, y hace poco lo comparó con Venezuela, afirmando que al igual que este país sudamericano está al borde del “colapso,” según The New York Times.
Esta es la tormenta perfecta: dos presidentes mediocres y malqueridos, un ambiente lleno de sospechas y pocas posibilidades de que las cosas cambien a corto plazo. Peña Nieto nunca entendió que confrontar a Trump era una cuestión de dignidad nacional y que hacerlo habría salvado su último tramo en la presidencia. Sólo un nuevo presidente podrá modificar la enviciada y sumisa dinámica con Trump.
Esto me recuerda dos libros de Carlos Fuentes, cuya claridad y valentía nos hacen tanta falta. En su libro “El Espejo Enterrado” dice: “Esta frontera […] en realidad no es una frontera sino una cicatriz. ¿Se habrá cerrado para siempre? ¿O volverá a sangrar algún día?”
La respuesta a esas preguntas está en otro de sus libros. Uno de los personajes en “La Frontera de Cristal” dice: “Soñó con la frontera y la vio como una enorme herida sangrante.”
Es ahí donde estamos parados ahora mismo.
(Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, es el principal director de noticias de Univision Network. Ramos, nacido en México, es autor de nueve libros de grandes ventas, el más reciente de los cuales es “A Country for All: An Immigrant Manifesto.”)

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