Divulgando la cultura en dos idiómas.

What Kind of Country Do We Want to Be?

By Jorge Ramos

Americans must decide which type of country we want to be: A nation hostile toward foreigners, closed to the world and prejudiced against minorities — as President Donald Trump’s actions and words would have us become — or a generous, open and inclusive one, as this nation has been for more than two centuries. The decision should be easy. But it isn’t.
The so-called caravan of Central American refugees that began arriving in late April at the Tijuana-San Diego border was received with coldness and suspicion by U.S. immigration authorities. Why? Because their boss, Trump, had already falsely introduced these refugees as a group of criminals. “CRIME,” Trump tweeted, referring to the group.
The president continues to spread the notion that the United States is being invaded by “bad hombres.” But the actual facts are completely different. There is no invasion. The band who arrived at the border was made up mainly of teenagers, mothers with underage children and men who are fleeing the violence in Honduras, Guatemala and El Salvador.
What would you do if you lived in Tegucigalpa or San Pedro Sula, and gangs wanted to recruit your son, or threatened to rape your daughter? Would you stay or flee? Facing poverty and no true democracy or rule of law, many Hondurans have decided to escape. For a mother or father, this is the most important decision of their lives; they’d rather be in a detention center — and legal limbo — in the United States than remain at home with their families in danger.
I understand them. I think I’d do the same. But the United States hasn’t welcomed them. In fact, we are turning into a nation that is not very friendly toward foreigners, particularly the most persecuted. Attorney General Jeff Sessions recently announced that parents entering the country illegally with their children would be separated from their young. This is petty and cruel. Amnesty International considers the policy “horrifying.” Do we want to be known as the country that tears apart families?
America, whether we like it or not, has a responsibility to the world. Being the richest and most powerful country has its consequences. American economic policies, environmental rules and military actions strongly impact nations across the globe. For instance, it is no coincidence that one of the countries with the highest number of refugees worldwide is Afghanistan, where the United States has waged the longest war in its history.
The same thing is happening in this hemisphere, but for different reasons. The war against drugs in Colombia, Peru, Mexico and Central America, aimed at breaking up drug cartels and their routes to the north, has been caused in part by the more than 25 million Americans who use those drugs. America is a huge drug market. The war against drug trafficking must be a shared responsibility. But, so far, the United States has for the most part provided the users, and Latin America the deaths.
It’s also no secret that many of the firearms used by drug dealers in Mexico come from this country. So, when 100, 500 or 1,000 Central American refugees appear on our southern border, Americans can’t say it’s none of their business.
I understand that Trump is an anti-immigrant president; his racist remarks have long since given him away. But he has put us all in a moral dilemma. The president’s insults and derogatory remarks do not illustrate the best of human nature, but this doesn’t mean the United States has to be just like its president.
Great countries are judged by how they treat their most vulnerable and persecuted, not the richest and most powerful. I still believe that America will do the right thing in the long run.
This may be just an immigrant’s irredeemable optimism. We immigrants left our countries because we believed we would be better off somewhere else. For many of us, it was a leap of faith. The United States has been extremely generous to me and my family. Now I hope that it treats those who come after me as generously. In the end, this comes down to deciding what kind of country — and what sort of people — we want to be.
(Jorge Ramos, an Emmy Award-winning journalist, is a news anchor on Univision.)

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¿Qué País Queremos Ser?

Los estadounidenses tienen que escoger qué tipo de país quieren ser: hostil a los extranjeros, cerrado al mundo y prejuiciado contra las minorías — como sugiere el presidente Donald Trump — o generoso, abierto e incluyente, como ha sido su tradición durante más de dos siglos. La decisión debería ser fácil. Pero no lo es.
La caravana de refugiados centroamericanos que llegó recientemente a la frontera entre Tijuana, México y San Diego fue recibida con frialdad y sospecha por parte de las autoridades migratorias de Estados Unidos. ¿Por qué? Porque su jefe, Trump, ya se había encargado de presentarla falsamente como un grupo de delincuentes. “CRIMEN”, escribió Trump en un tuit, al referirse a la caravana.
Trump propaga la idea de que Estados Unidos está siendo invadido por “bad hombres”. Pero la realidad es muy distinta. No hay ninguna invasión. El grupo que llegó a la frontera estaba compuesto, en su mayoría, por adolescentes, madres con niños menores de edad y hombres huyendo de la violencia en Honduras, Guatemala y El Salvador.
¿Qué harías tú si vivieras en Tegucigalpa o en San Pedro Sula y las pandillas quisieran reclutar a tu hijo o amenazaran con violar a tu hija? ¿Te quedas o te vas?
Ante la pobreza, la falta de una verdadera democracia y la ausencia de un estado que te proteja, muchos hondureños han decidido huir. Para un padre o una madre, esa es la decisión más importante de su vida. Prefieren estar en un centro de detención en Estados Unidos — y en un limbo legal — que arriesgarse a que le hagan daño a su familia.
Los entiendo. Creo que yo haría lo mismo. Pero en Estados Unidos no les han dicho “welcome”. La realidad es que Estados Unidos se está convirtiendo en una nación poco amigable con los extranjeros, particularmente con los más perseguidos. El procurador general, Jeff Sessions, acaba de anunciar que los padres que entren ilegalmente con sus hijos serán acusados de contrabando y separados de ellos. Eso se llama crueldad. Amnistía Internacional calificó esta política como “monstruosa”. ¿Estados Unidos quiere ser conocido como el país que separa a los padres de sus hijos?
Estados Unidos, le guste o no, tiene una gran responsabilidad a nivel planetario. Ser el país más rico y poderoso tiene sus consecuencias. Sus políticas económicas, su trato al medio ambiente y su despliegue militar tienen un fuerte impacto mundial. Un ejemplo: No es ninguna coincidencia que uno de los países con más refugiados en el mundo sea Afganistán, donde Estados Unidos ha tenido la guerra más larga de su historia.
Lo mismo ocurre en este hemisferio pero por razones distintas. La guerra contra el narcotráfico en Colombia, Perú, México y Centroamérica — cuyo propósito es desmantelar los carteles y sus rutas hacia el norte — ocurre, en parte, por los más de 25 millones de estadounidenses que usan drogas. Este es un gigantesco mercado de narcóticos. La guerra contra el narcotráfico debe ser una responsabilidad compartida. Pero, hasta ahora, Estados Unidos pone los consumidores y América Latina los muertos.
Tampoco es un secreto que muchas de las armas que utilizan los narcotraficantes en México provienen de Estados Unidos. Así que cuando se aparecen 100, 500 o mil refugiados centroamericanos en su frontera sur, Estados Unidos no puede decir que no tiene nada que ver con eso.
Entiendo que Trump es un Presidente antiinmigrante y que sus comentarios racistas lo delatan. Trump nos ha enfrentado a todos con un dilema moral. Los insultos y comentarios despectivos del presidente no apelan a lo mejor de los seres humanos. Pero eso no quiere decir que Estados Unidos tenga que ser igual que su Presidente.
Los grandes países son juzgados por la manera en que tratan a los más vulnerables y perseguidos, no a los ricos y poderosos. Y yo sigo creyendo que Estados Unidos, a la larga, hará lo correcto.
Es, quizás, ese optimismo incorregible de los que somos inmigrantes. Nos fuimos de nuestro país porque creíamos que en otro lugar nos iba a ir mejor. Es, casi, un acto de fe. Estados Unidos ha sido muy generoso conmigo y con mi familia. Y ahora sólo espero que trate con la misma generosidad a los que han llegado después de mí.
Se trata simplemente, de decidir qué país — y qué tipo de persona — queremos ser.
(Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, es el principal director de noticias de Univision Network. )

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