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Jorge Ramos : El tirano de Managua

Daniel Ortega estaba llorando.
Era febrero de 1990 y el Frente Sandinista de Revolución Nacional acababa de perder las elecciones presidenciales frente a Violeta Barrios de Chamorro, viuda del legendario periodista Pedro Joaquín Chamorro. “Yo fui testigo de ese llanto de Daniel Ortega y de que mi mamá le dijo: ‘Ay, muchachito, no te preocupés, que vamos a salir adelante y todo se va a solucionar”, me contó Cristiana Chamorro, hija de doña Violeta. “Él [Ortega] llegó con mi hermano Carlos Fernando a la casa de mi mamá y mi mamá lo abrazó”.
Ahora, 31 años después, Ortega está haciendo todo lo posible para no volver a llorar.
Él fue miembro de la Junta Sandinista que reemplazó al brutal dictador Anastasio Somoza luego de la revolución en 1979 y fue elegido presidente en 1984. Estuvo seis años al frente del país y luego regresó a la presidencia en 2007. Pero a partir de ahí concentró casi todo el poder, cambió la Constitución para reelegirse de manera indefinida y finalmente perdió su legitimidad por “la brutal represión” contra manifestantes durante las protestas antigubernamentales de 2018, que dejaron más de 300 muertos y 2000 heridos, según un reporte de Human Rights Watch.
Así es como Ortega se convirtió en el tirano de Managua.
No contento con casi 20 años en la presidencia, Ortega quiere más. Y por eso, a sólo cinco meses de las elecciones del 7 de noviembre, ha detenido a casi una veintena de opositores, incluyendo a cinco precandidatos presidenciales. La estrategia, como la de cualquier dictador, es muy burda: arrestar en sus casas a los principales adversarios políticos, acusarlos de delitos falsos, aguantar la presión internacional y reelegirse.
Ortega está siguiendo el mismo guion del dictador venezolano Nicolás Maduro, quien mantuvo encarcelados o inhabilitó a varios aspirantes presidenciales antes de las elecciones de 2018. “Están gritando los enemigos de la revolución”, dijo hace unos días Ortega, tras reaparecer en público luego de más de un mes. Y dijo que los arrestados son “criminales que han atentado contra el país”.
Una de las aspirantes presidenciales detenidas es la propia Cristiana Chamorro. Y pude conversar con ella poco antes de su arresto domiciliario a principios de junio. “Ortega le tiene terror a esta mujer que ha dicho sí a Nicaragua”, me dijo en la entrevista vía Zoom desde su casa. “Él está aterrorizado porque hay posibilidades, con la unidad alrededor de Cristiana, de ganarle en estas elecciones”.
Ella fue acusada formalmente de “inconsistencias financieras” en los montos recibidos por la fundación que lleva el nombre de su madre. Pero Cristiana asegura que “es un invento, donde está detrás un juicio político […]. Quieren, de alguna manera, inhibirme”. Desde esta última entrevista y tras su arresto en su casa no he podido comunicarme con ella.
La escritora, activista y exrevolucionaria Gioconda Belli cree que la dictadura de Ortega y de su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, es más cruel que la de Somoza. “Es más sofisticada”, me dijo en una entrevista. “Se hacen pasar por muy católicos. Rosario Murillo parece una predicadora, hablando sobre Dios, la virgen y el amor […] mientras, por otro lado, está instigando el odio. Hay una fanatización tremenda dentro de la población que ellos manejan”.
Gioconda Belli los conoce bien. Ella luchó junto con Ortega y Murillo en el frente sandinista durante la revolución. Pero hoy les teme. Se encuentra temporalmente fuera de su país y no quiere regresar a Nicaragua. Por ahora. “Tengo miedo”, me dijo desde algún lugar en la costa oeste de Estados Unidos. “Creo que no sería prudente. Yo no quiero terminar en la cárcel. Pienso que me detendrían en el aeropuerto”. Poco después de nuestra entrevista, la casa de su hermano en Nicaragua, Humberto Belli, fue allanada por agentes de la dictadura.
Ortega, en realidad, nunca ha ocultado sus tendencias autoritarias ni sus lealtades políticas. “Fidel [Castro] para mí no es ningún dictador”, me dijo en una entrevista en Managua en 2006, antes de las elecciones presidenciales, cuando el líder cubano ya llevaba 47 años en el poder. “Yo me siento hermano de Gadafi, de Chávez, de Fidel, de Lula, de Evo”. Las señales de alarma ya estaban todas ahí. Y cuando los nicaragüenses se dieron cuenta que su frágil democracia estaba desapareciendo, ya era demasiado tarde.
Hablar en estos momentos en contra del dictador Daniel Ortega y de su esposa es muy peligroso en Nicaragua. Pero durante siglos los nicaragüenses han desarrollado distintas formas de protestar y de vengarse de los que abusan de su poder. La obra teatral “El Güegüense” es un drama satírico nicaragüense que con máscaras y humor se burla de los conquistadores españoles. Y ahora perfectamente se puede aplicar a los Ortega. Casi todos los medios de comunicación en Nicaragua están censurados. Pero en las redes sociales no han logrado detener las críticas al dictador. “El Güegüense” vive digitalmente.
Al final de cuentas, Ortega caerá por segunda ocasión. El principal error de los dictadores es creerse sus propios cuentos y sentirse invencibles.
Si algo nos han enseñado los nicaragüenses es su poca tolerancia por las dictaduras y que hasta el tirano más cruel tiene un punto débil. No importa su ideología. Estuve en Managua cuando Ortega perdió las elecciones en 1990 y espero regresar pronto y atestiguar el regreso de la democracia. Quizás Ortega volverá a llorar, pero la gente de Nicaragua va “a salir adelante”.

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