Divulgando la cultura en dos idiómas.

México es la otra migra

By Jorge Ramos

En México nos quejamos y protestamos, con razón, cuando maltratan a los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos. Pero miembros de la Guardia Nacional y del Instituto Nacional de Migración (INM) están maltratando a inmigrantes centroamericanos, haitianos, colombianos, venezolanos y cubanos, entre otros, en su intento de llegar a la frontera con Estados Unidos. Eso es tener dos caras.
Es vergonzoso. Hoy México se ha convertido en el muro de Estados Unidos: primero con Donald Trump y ahora con Joe Biden. El presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador —quizás temeroso de recibir sanciones económicas por parte de Trump y probablemente presionado no tan amigablemente por el nuevo gobierno de Biden— ha cedido a todos los pedidos de Estados Unidos en materia migratoria.
López Obrador insiste en que en México no es que “estemos de peleles o de empleados del gobierno de Estados Unidos”. Pero la Guardia Nacional está actuando como sustituto de la Patrulla Fronteriza estadounidense. Es la otra migra. Y ante la imposición por parte de la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos del programa Quédate en México —que obliga a quienes solicitan asilo en Estados Unidos a esperar en México— el gobierno mexicano le ha seguido el juego a Estados Unidos sin protestas significativas hechas en público.
En una de esas extrañísimas coincidencias de la vida, el 28 de agosto López Obrador pasó en una camioneta por una carretera en el municipio de Huehuetán, Chiapas, momentos después de que su Guardia Nacional y agentes del INM reprimieran brutalmente a cientos de personas que salieron principalmente de Centroamérica y Haití. No sabemos lo que vio el Presidente o lo que le contaron más tarde. Pero las imágenes son violentas y revelan un doble discurso del Presidente mexicano.
Un hombre con un niño en pañales en brazos suplica a los miembros de la Guardia Nacional —que han formado una cerca en la carretera con equipo antimotines y escudos— que los dejen pasar. “Llevamos niños”, les dice. “No somos delincuentes. Somos inmigrantes”. Y añade: “Sólo queremos pasar”. Y los guardias no se mueven.
En otra escena, detienen y tiran al suelo a un inmigrante, y un agente de camiseta blanca y con la identificación del INM patea la cabeza del hombre. También vimos cómo un inmigrante con gorra roja llevaba a su hijo menor de la mano cuando quien parece un agente lo ataca por detrás y lo tira al suelo. Luego son rodeados por varios elementos de la Guardia Nacional en un patente abuso de fuerza. Y todo ocurre frente a la mirada del niño. (Dos agentes del INM ya fueron suspendidos y hasta las Naciones Unidas protestaron por el violento maltrato a los inmigrantes).
Estas imágenes contrastan con lo que López Obrador dijo en octubre de 2018, cuando aún era Presidente electo y su sexenio comenzaría en unos meses, sobre cómo la migración “no es un problema” y que en su gobierno no habría “nada de maltrato con migrantes centroamericanos”. Las imágenes de Chiapas están muy lejos de reflejar la “república amorosa” a la que aspiraba el presidente. Ahora, en su tercer año de gobierno, la suya es una república con agentes que golpean, persiguen y bloquean el paso a los extranjeros, muchos de ellos con menores de edad. Y son tantos casos que han dejado de ser una excepción (como ha sugerido el Presidente).
¿Por qué el gobierno de México no puede tratar a los inmigrantes centroamericanos y de nuestro continente con la misma generosidad y solidaridad que les dio a los refugiados de Afganistán que arribaron recientemente al país? México —un país del que han salido millones de inmigrantes— debería proteger y cuidar a las personas que cruzan su territorio hacia el norte. Pero, en lugar de hacerlo, los agrede.
“Vamos a seguir conteniendo” a los inmigrantes, amenazó hace unos días López Obrador. Y luego propuso buscar “soluciones de fondo”. Eso suena muy bonito. Pero cualquier tipo de estrategia estructural —como inversiones en Centroamérica para generar mejores condiciones de vida y más trabajos— tardará años en fructificar. Ahora de lo que se trata es de proteger a los inmigrantes que están en México de paso. Ese debe ser el compromiso inmediato del presidente y de su gobierno.
El secretario de la Defensa de México, Luis Cresencio Sandoval, dijo recientemente que las fuerzas armadas tienen como “principal objetivo detener toda la migración” en la frontera sur. Esa es una misión imposible. El hambre y el miedo de tantos centroamericanos —que están huyendo de la violencia de las pandillas, de pobreza extrema y del cambio climático— son mucho más poderosos que cualquier intento de detenerlos. Estados Unidos nunca ha podido detener la inmigración en su frontera sur y México tampoco podrá hacerlo en la suya. Ese es un plan destinado al fracaso. Y a la vergüenza.
Una nota de advertencia al gobierno de López Obrador: va a perder. Nada, absolutamente nada, puede detener a un inmigrante que tiene niños enfermos o con hambre; o a un joven amenazado de muerte y a su hermana en peligro de violación si no se incorporan a las pandillas; o a una familia que lleva años sin conseguir trabajo; o a un campesino que perdió su cosecha de café por una inusual sequía; o a una mujer embarazada que quiere que su bebé nazca con pasaporte azul porque así tendrá más oportunidades educativas que ella; o a una niña que ha visto en internet que en Estados Unidos puede ser astronauta, trabajar para Apple o Google, ser actriz de Hollywood, dar conciertos en el Madison Square Garden o meter goles en unas Olimpíadas; o a alguien que simplemente respira y sueña con una vida distinta y en paz.
Detener violentamente a inmigrantes en su paso a una vida mejor es mezquino e inútil. Al final ellos siempre van a ganar. Ejemplo: muchos de los inmigrantes que pararon en Chiapas siguen hoy su camino al norte. Y si los detienen otra vez, volverán a intentarlo.
En el paseo de la Reforma en Ciudad de México organizaciones a favor de los inmigrantes colocaron una instalación que dice, por un lado: “Migrar es un derecho humano”, y por el otro: “Nadie es ilegal en el mundo”. Ojalá la pudieran acercar un poquito más al Palacio Nacional.

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