Divulgando la cultura en dos idiómas.

Jorge Ramos: AMLO y el abuso de poder

Fue el peor día en la presidencia de Andrés Manuel López Obrador.
El viernes 11 de febrero el Presidente de México, por primera vez en sus tres años de gobierno, perdía el control de la conversación en el país.
Ese día, en su conferencia de prensa, conocida como la Mañanera, López Obrador le pidió a uno de sus colaboradores que pusiera en una pantalla gigante del Palacio Nacional los supuestos ingresos del periodista Carlos Loret de Mola. Esto sucedió un par de semanas después de que en un programa que conduce Loret de Mola se transmitiera un reportaje de Latinus, un portal donde él trabaja, y la organización Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad que mostraba un posible conflicto de interés del hijo de López Obrador.
Los errores ortográficos de la gráfica —“Washinton” en lugar de Washington, “residente” en lugar de Presidente— revelan la premura y falta de rigurosidad con la que fue hecha, y la información desplegada no tenía fuente. Días después, el Presidente dijo que “ciudadanos anónimos” le hicieron llegar los documentos con las cifras, que Loret de Mola ha dicho que son incorrectas. A su vez, López Obrador ha negado que su familia haya incurrido en conflicto de intereses. Sus familiares también han negado categóricamente las acusaciones. “Es una reacción conservadora, golpista, en contra de que se lleve a cabo un verdadero cambio en el país”, dijo el Presidente.
Más allá de la investigación periodística —que parece afectar el discurso anticorrupción de AMLO, su política de austeridad y que se deberá seguir investigando—, al fondo hay algo inaceptable: el jefe de Estado atacó, rompiendo leyes en el proceso, a un individuo particular, que resulta ser un periodista que lo ha cuestionado. Además de desplegar públicamente información sobre sus supuestos ingresos, pidió más información privada al Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (que rechazó su solicitud). Se trata de un acto intimidatorio y que pone en riesgo la integridad de personas y de la democracia, que depende en parte de una prensa libre.
El Presidente parece no comprender que la labor del periodismo es ser contrapoder. Muchos de nosotros criticamos duramente a los gobiernos que lo precedieron: casos de corrupción flagrante, abusos de poder, incompetencia o violaciones a los derechos humanos. Así fue como se dieron a conocer casos de conflictos de intereses de Enrique Peña Nieto o el papel del Estado en las protestas estudiantiles de 1968, entre tantos otros más. Él mismo, cuando era parte de la oposición, no dejaba de señalar y criticar el sistema de excesos y abusos de quienes estaban en el poder. Y ahora que él es el Presidente, nos toca tomar la misma actitud vigilante. Así funciona la prensa independiente.
López Obrador, por supuesto, tiene el derecho a réplica y a defenderse, e incluso debería tratar de demostrar que la información contra él o su familia es falsa o incompleta. Toda investigación periodística es sujeta al escrutinio. Y, a diferencia de lo que dicen algunas personas que piden su salida, el Presidente debe permanecer todos los años que le corresponden por ley en la presidencia. Pero lo que no puede hacer es utilizar los recursos del Estado para atacar a una persona. Expertos fiscalistas consultados por el periódico Reforma aseguraron que AMLO “violó el secreto fiscal que obliga a los funcionarios a guardar secrecía sobre información de los contribuyentes del país”.
Mientras tanto, AMLO ha tratado de distraer la atención redoblando los ataques, esta vez a otros periodistas, entre ellos yo, que cuestionan su gobierno, aún cuando los cuestionamientos —como la violencia, el crimen, el manejo de la pandemia o el desabastecimiento de medicinas— no tengan nada que ver con su familia o el caso recientemente revelado. Esta técnica de comunicación no es nueva. Es lo que en inglés se llama “block and circle”. Bloqueas o evades un tema, le das la vuelta y hablas de otra cosa.
AMLO se ha vuelto un maestro de esta técnica. Pero, si algo he aprendido en la profesión en estas cuatro décadas, es que si un gobernante trata de evadir un tema y distraer la atención con otras cosas, la crisis no se detendrá. Los periodistas seguirán investigando y cuestionando. Por eso López Obrador, tarde o temprano, tendrá que contestar lo que le preguntan y no sólo lo que él quiere decir. En la política, al final, la única manera de resolver una crisis es de frente, no negándola o escondiéndose. El Presidente debería saberlo.
El asunto se hace más grave por el momento en el que suceden sus ataques. Desde que López Obrador llegó al poder han asesinado a 30 periodistas, según la organización Artículo 19. De seguir así, será el sexenio más violento del siglo para los reporteros mexicanos. Esto llevó a la Sociedad Interamericana de Prensa, un organismo que defiende la libertad de expresión en el continente, a enviarle un mensaje a López Obrador: “Lo instamos, señor Presidente, a ratificar su compromiso pleno con las libertades de expresión y de prensa y que su administración evite ataques, agresiones e insultos que terminen otorgando carta blanca a la delincuencia para acallar a quienes denuncian el avance del narco y la corrupción”.
Las recientes protestas de periodistas ante el Presidente —negándose a hacerle preguntas en el Palacio Nacional y gritando “¡presente!” tras nombrar a los reporteros asesinados en Tijuana— son una reacción a la incapacidad del gobierno para protegerlos. Y aquí se revela que el problema es más hondo: AMLO ha fracasado en su principal responsabilidad como Presidente, proteger la vida de los mexicanos. Periodistas y no periodistas. Ya van más de 105.000 homicidios dolosos durante su gobierno. Y a la prensa nos toca decirlo.
Estos días algo se rompió en México: el Presidente parece estar anteponiendo lo personal a lo profesional, luce descolocado y está dándole mucho de su tiempo a criticar a periodistas en lugar de dedicarse a lo más importante: frenar el número de fallecidos por la violencia o por la pandemia y buscar soluciones a la economía titubeante.
El abuso de poder de los presidentes ha plagado la historia de México. Hemos visto cómo los mandatarios, al poco tiempo de llegar a la presidencia, se vuelven incapaces de ser autocríticos o transparentes en la rendición de cuentas. López Obrador no es la excepción. Pero así como AMLO dice que quiere cambiar la historia, los mexicanos también queremos un cambio: evitar que otro Presidente más abuse flagrantemente de su autoridad.
No se nos olvida de donde venimos. Bastante tuvimos con los brutales 71 años ininterrumpidos del PRI (1929-2000). No más. La democracia le ha salido muy cara a los mexicanos y ya no hay espacio ni tolerancia para abusos. Todos la queremos cuidar.
Todos somos México.

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