Si yo te contara que en América Latina hay un expresidente que asegura, sin bases, que ganó las pasadas elecciones, y que está acusado de, supuestamente, tratar de cambiar el resultado final, de intentar bloquear la certificación del verdadero ganador, de llevarse a su casa documentos secretos y de inflar su riqueza para tener beneficios económicos, entre otros cargos, quizás tú me dirías que eso suele pasar en una región donde la democracia siempre está en peligro. La diferencia es que ahora eso está pasando en Estados Unidos, un país que tiene más de 200 años de democracia.
Las democracias – lo sabemos bien los latinoamericanos – son sumamente frágiles. Y ahora los estadounidenses están poniendo la suya a prueba. Ese expresidente que dice que ganó las pasadas elecciones es Donald Trump. “Tenemos todo el derecho de desafiar una elección que creemos fue deshonesta”, dijo el expresidente en agosto. No hay ninguna prueba de lo que dice. Pero él está acusado de tantas cosas – no sólo de tratar de revertir la elección – que hasta el periódico The New York Times tuvo que crear una página especial para seguir el proceso legal de todos los cargos en su contra.
Desde luego, Trump es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero tiene cuatro cargos por intentar modificar los resultados de las elecciones presidenciales del 2020, 13 cargos por los esfuerzos para cambiar las votaciones en Georgia, 40 cargos por quedarse con documentos clasificados y obstruir su recuperación, y 34 por falsificar documentos empresariales para encubrir los sobornos a Stormy Daniels, una actriz de cine porno. Son en total 91 cargos.
A esto hay que sumar otro juicio en que la fiscalía del estado de Nueva York acusa a Trump (y a otros incluyendo dos de sus hijos adultos y sus compañías) de inflar fraudulentamente el valor de sus propiedades para obtener beneficios al solicitar préstamos y seguros. La fiscalía intentará sancionarlo con una multa de 250 millones de dólares.
Trump, con su habitual estilo, ha atacado públicamente a quienes lo acusan y asegura que todo esto es una maniobra de interferencia electoral para evitar que él regrese a la Casa Blanca. “El único crimen que he cometido ha sido defender sin miedo a nuestra nación frente aquellos que quieren destruirla”, dijo después de una de las presentaciones de cargos en su contra.
De todas las acusaciones, la más grave es que trató de quedarse en el poder a pesar de perder la votación. Eso lo hemos oído muchas veces en América Latina pero no en Estados Unidos. La realidad es que no hay ninguna evidencia o prueba de que hubo un fraude en las pasadas elecciones. Eso sólo existe en la cabeza de Trump. Pero aquí hay una lección importante.
Todas las democracias que dejaron de serlo tienen un punto de quiebre. Y precisamente este es el momento en que Estados Unidos tiene que luchar para no caer en un sistema autoritario. Estados Unidos haría bien en recordar cómo Venezuela y Nicaragua perdieron sus democracias.
En diciembre de 1998 le pregunté al entonces candidato presidencial de Venezuela, Hugo Chávez, si él estaba dispuesto a entregar el poder después de cinco años. “Yo no soy un dictador”, me dijo. “Claro que estoy dispuesto a entregarlo. …Yo he dicho que, incluso, antes.”
Pero Chávez estaba mintiendo. Se quedó en la presidencia, con todo tipo de trucos y métodos represivos, hasta su muerte el 5 de marzo del 2013. La elección de Chávez fue el día en que Venezuela perdió su democracia. Millones de venezolanos pensaron que eso jamás ocurriría. Y pasó. Hasta hoy sufren las consecuencias. Más de siete millones de venezolanos han huido de su país.
En Nicaragua hay una historia similar. Los sandinistas perdieron el poder en 1990. Pero Daniel Ortega, con sólo el 38 por ciento del voto, regresó a la presidencia en el 2006. Antes de las elecciones fui a Managua y hablé con él. “Tengo la fe en el pueblo y la fe en dios de que vamos a ganar”, me dijo. Pero cuando le pregunté sobre el cubano Fidel Castro, Ortega mostró su verdadera cara. “Fidel para mí no es ningún dictador”, él dijo.
Ortega ha seguido el ejemplo de Fidel y hoy, todavía, sigue en el poder. Nicaragua se ha convertido en una dictadura brutal y represiva. La elección de Ortega el 5 de noviembre del 2006 fue el día en que Nicaragua perdió su democracia. Es importante anotar que tanto Chávez como Ortega llegaron a la presidencia en elecciones democráticas. Y es después que mostraron sus tendencias dictatoriales.
Regresemos a Estados Unidos. ¿Qué pasaría si Trump vuelve a la Casa Blanca? ¿Pudiera ser ese el día en que Estados Unidos pierda su democracia? La constitución le permite a Trump lanzarse como candidato, aunque tenga acusaciones en su contra. Y las encuestas sugieren una contienda muy reñida entre Trump y el actual presidente Joe Biden.
Termino con un párrafo del libro “Sobre La Tiranía” de Timothy Snyder: “Podemos estar tentados a pensar que nuestra herencia democrática automáticamente nos protege de las amenazas. Este es un reflejo equivocado. … Los estadounidenses de hoy no son más sabios que los europeos que vieron caer la democracia ante el fascismo, el nazismo o el comunismo en el siglo XX. Nuestra ventaja es que quizás nosotros podremos aprender de su experiencia. Este es un buen momento para hacerlo”.
Ojalá así sea. Si Estados Unidos llegara a perder su democracia, tendríamos que regresar a este momento, a este punto de quiebre, en el que no fuimos lo suficientemente claros y fuertes para defenderla.
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By Angie Baldelomar Taxi Rosa changing ride services in GKC area In January, Rocio Espino got in her car to help others.Espino started working as