Llevo una semana en Israel cubriendo la guerra y tengo la mente fragmentada, como vidrios rotos, y es difícil darle algún sentido a todas las partes del conflicto. Así que sumo y cuento:
— La guerra es el fracaso. Es lo que ocurre cuando todo lo demás falló.
— “Fue una bomba muy fuerte”, me dijo Rivka Shaulin, una joven mamá de ocho, sobre la explosión frente a su apartamento en la ciudad de Bat Yam, justo al sur de Tel Aviv. Pero hay algo peor. “Tenemos a seis familiares que están [secuestrados por Hamas]”, me dijo. “Tratamos de llamarlos … no sabemos nada de ellos.”
— Limor, de 57 años, me muestra su apartamento en un segundo piso. Todos los vidrios de las ventanas están rotos. Fue la bomba. Bajo un hueco en la pared, una toalla tapa el sol y una niña duerme sobre la cama.
— Terrorismo: el uso de violencia y miedo, especialmente contra civiles, con propósitos políticos y/o militares. Los ataques de Hamas fueron ataques terroristas.
— Moshe, de 73 años, creyó que la bomba había caído en su casa en Florentin, un barrio alegre y popular en Tel Aviv. No fue así — cayó a 20 metros. “A mí no me gusta esta guerra”, me explicó. “Esta guerra es para Hamas.”
— Shaham no se da por vencido. Tiene un bar a las afueras de Tel Aviv y lo encontré repartiendo margaritas, gratis, al que quisiera. Para el shock. Para los nervios. Así entiende él la solidaridad.
— Estoy en Israel y me llegan las declaraciones de Andrés Manuel López Obrador, el presidente de México, en una mañanera; que él es un pacifista. No condena el ataque terrorista de Hamas contra civiles. Pero la neutralidad – la tibieza – sólo ayuda a los asesinos. Recuerdo las palabras de Elie Wiesel, el sobreviviente del holocausto y premio Nobel de la Paz, quien decía que la neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. Y en este caso el opresor es Hamas. Si a esto le sumas el apoyo de AMLO a dictaduras como la cubana, tienes una política exterior vergonzosa, lamentable, del lado incorrecto de la historia y muy alejada de los derechos humanos. Pienso que queda menos de un año de mañaneras y regreso a los menesteres de la guerra.
— Gaza está cercada y asediada. Nada entra ni sale. Sólo las bombas. Está sin agua, alimentos, combustible y electricidad. Más de dos millones viven en esta empobrecida y densa franja de tierra que Israel dejó en el 2005. La guerra, insisto, no es entre israelíes y palestinos. La guerra es entre Israel y Hamas, un grupo islamista militante, considerado como terrorista por Estados Unidos, El Reino Unido y la Unión Europea. Hamas controla Gaza desde el 2007 y, desde entonces, no ha vuelto a realizar más elecciones.
— Veo un video en la televisión y una niña de Gaza, cubierta de polvo, sale de un auto cargada por su padre. Todavía se tapa las orejas, como si siguiera oyendo la explosión de la bomba que les cayó encima.
— Visito Jerusalén y está casi vacía. “Es el miedo”, me dice un vendedor que no tiene un sólo cliente en su tienda. El muro de los lamentos está lleno de papelitos, pero no de gente. Los pocos que hay en la maravillosa explanada me dan la espalda. No quieren decir nada en televisión. Ni hablar muy fuerte. Pero un árabe, uno sólo, explota frente a mí: “Esta es una guerra de libertad después de 75 años de ocupación. El problema es que los palestinos no tienen nada que perder. Especialmente en Gaza. Antes de la guerra en Gaza no había agua, no había electricidad, no había trabajo, no había ingresos, no había comida, no había nada. Eso es lo que está pasando.”
— El presidente americano Joe Biden dice que el ataque del 7 de octubre es el día más mortífero para Israel desde el holocausto. Otros lo comparan con el 9/11. A todos los ha movido por dentro. Me encuentro a un grupo de reservistas israelíes, todos uniformados de verde. Uno era contador, otro policía, ella se dedica a la moda. Y me dicen que están listos para ir al frente de batalla. También me preguntan si el mundo sabe lo que está pasando aquí. Les digo que no están solos.
— “No somos los malos”, me dijo en un hospital de Jerusalén, Diana Rosen, una argentina que fue secuestrada por Hamas de un kibutz a cuatro kilómetros de la franja de Gaza. “Me voy a morir”, pensó cuando los militantes se la llevaron a ella y a su esposo. Le dieron un disparo en la mano y perdió un dedo. Pero no su libertad. “No soy religiosa”, me dijo, pero ahora cree en los milagros. Los terroristas los trataron de meter en un auto. Ellos se resistieron y funcionó. Los dejaron ir. “Los malos son ellos.”
— Algo tiene que tronar. Esto no es sostenible. Mientras miles de soldados y tanques se amontonan en el sur de Israel para una posible incursión terrestre, hay más de un centenar de rehenes en manos de los terroristas. Israel no quiere que nada entre a Gaza hasta que liberen a los secuestrados. Pero nada se mueve. Nadie cede. Nadie negocia. No hay un cese al fuego y las bombas siguen cayendo. Cuento los muertos y pierdo la cuenta. Casi todos civiles.
— Me preguntan desde Estados Unidos qué es lo que más me duele y contesto que los niños. El terror no tiene nacionalidad. Esos ojitos de susto – que preguntan por qué – ya nunca se volverán a cerrar. En su mente estarán siempre abiertos.
— Este es el conflicto más complicado del mundo. Tan complicado que pocos pueden imaginarse la paz.
Editor Notes: No para publicación hasta las 23:59 los sábados.; Jorge Ramos es un periodista ganador del Emmy y es el actual presentador de Noticiero Univision.
Dos Mundos: Volume 43 Issue 32
In this issue • Westside Celebra el Regreso a Clases • Líderes de KCMO celebran inicio del proyecto para Reconectar el Westside • Patricia Fuentes-Molina