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Jorge Ramos: Por qué el plan de ‘los tres amigos’ no va a funcionar

WASHINGTON, D. C. — Detrás de las promesas, las sonrisas, los anuncios y las buenas intenciones de los llamados “tres amigos” —los presidentes Estados Unidos y México, Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador, y el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau— hay una terrible realidad: uno de los principales desafíos de la región, la migración, no se va a resolver pronto. Y el plan conjunto para detener y disuadir la migración desde Centroamérica no ha funcionado. Y no parece que funcionará.
Empecemos con lo bueno. La primera cumbre de los líderes de América del Norte en cinco años fue, en sí misma, un éxito. Es señal de que lo peor de la pandemia ha pasado (esperamos) y es un indicativo de que los tres países se llevan relativamente bien y de que parecen entender que hay problemas regionales que deben resolver juntos, como el medioambiente, el funcionamiento del nuevo tratado comercial o la lucha contra los cárteles de las drogas. Pero la migración, el tema central de la relación entre dos países de la región, Estados Unidos y México, no parece tener solución a corto plazo.
Las cifras oficiales de 2021 son exorbitantes. Abrumadoras. En este año fiscal fueron detenidas 1.662.167 personas que entraron sin documentos a Estados Unidos, según la Patrulla Fronteriza. Son muchos más, por ejemplo, que las 405.036 personas que fueron registradas en 2020.
Dos elementos han cambiado el escenario: Donald Trump ya no está en la Casa Blanca y la llegada de la pandemia.
El principio básico de la migración es que hay algo que te expulsa de tu país y algo que te atrae de otro. Es lo que en inglés le llaman “push and pull factors”. Y actualmente el “pull factor”, lo que atrae de Estados Unidos a muchas personas, es muy fuerte.
Por principio, el antiinmigrante Donald Trump ya no es presidente. Y eso ha enviado el mensaje al sur de la frontera de que la era de la crueldad contra los extranjeros en Estados Unidos ha terminado. Trump, quien de manera racista llamó criminales y “violadores” a los inmigrantes mexicanos, fue el responsable de la separación de niños de sus padres en la frontera, insistió infructuosamente en construir un gran muro en la frontera con México, limitó la migración legal y rechazó los intentos de numerosas personas de solicitar asilo en Estados Unidos, a quienes regresó a México.
El nuevo presidente estadounidense, Joe Biden, no es Trump. Los inmigrantes lo saben.
A pesar de que sus funcionarios insisten en que la frontera de Estados Unidos está cerrada para los indocumentados, la realidad es que el número de personas que intentan cruzar ha aumentado. Y aunque es cierto que muchas de esas personas han sido deportadas o regresadas a México (por cuestiones de sanidad con el llamado Titulo 42 y por el programa Quédate en México), niños solos y familias con menores de edad a menudo tienen la oportunidad de quedarse en Estados Unidos.
Por otro lado, la pandemia comenzó a controlarse. Esto último ha generado en Estados Unidos un vigoroso crecimiento económico con millones de trabajos disponibles. Se trata de un incentivo importante para los recién llegados: hay empleos. También Estados Unidos tiene muchas vacunas contra la covid, que son escasas en países pobres. Sólo eso —vacunar a tus hijos y evitar el riesgo de morir de coronavirus— es un aliciente suficientemente poderoso para venir, que se suma a escuelas públicas, trabajos y seguridad.
La pandemia ha retrasado varios años el progreso en América Latina. Para muchos países de la región, regresar a los niveles de crecimiento de 2019 será muy difícil en economías que se desaceleraron por los efectos de la crisis de salud.
Cuando era candidato presidencial, Biden prometió invertir 4000 millones de dólares en Centroamérica. Y López Obrador ha promovido su programa Sembrando Vida, con el que busca generar empleos. Ambos esfuerzos tienen como propósito abordar las causas y el origen de la migración, generando oportunidades locales. El nuevo programa, que uniría ambas propuestas, se llamará Sembrando Oportunidades. El problema es que se trata de un proyecto a largo plazo y cuya efectividad es cuestionable. El mismo Biden, como vicepresidente, solicitó mil millones de dólares al Congreso estadounidense para Centroamérica en 2015. Al final el Congreso aprobó menos dinero, pero seguía siendo una cifra importante de dólares. Hoy está claro que esa inversión no pudo evitar la nueva ola de migraciones al norte.
No es sólo una cuestión de dinero sino, también, de falta de aliados en la región. Estados Unidos, por el momento, sólo cuenta con México y Guatemala. Nicaragua, Honduras y El Salvador parecen estar cada vez más alejados de Washington.
El gobierno de Biden anunció sanciones a funcionarios de la dictadura en Nicaragua tras la farsa electoral del 7 de noviembre, en la que Daniel Ortega reclamó la victoria en una contienda prácticamente sin oponentes. El hermano de Juan Orlando Hernández, el presidente de Honduras, fue condenado en Nueva York por tráfico de drogas y las relaciones entre ambos países se han enfriado. Y el Departamento de Estados condenó la reciente decisión de la Corte Suprema en El Salvador que le permitiría reelegirse al presidente Nayib Bukele, quien peligrosamente sigue acumulando poder y amenaza la frágil democracia de su país. Así, por más dinero que quiera invertir Estados Unidos en la región, no será fácil encontrar a quién dárselo de manera segura y efectiva.
Mientras todo esto ocurre en la alta política, el “push factor” sigue expulsando a miles de centroamericanos de sus países debido a la pobreza, las pandillas, el crimen y el cambio climático. ¿Cómo condenar a una familia que viaja a pie hacia Estados Unidos desde San Pedro Sula, Soyapango o San Miguel Petapa y que quiere vacunarse, pensar en una buena educación para sus hijos o evitar que acaben engrosando las filas de las pandillas o siendo sus víctimas?
Por todo lo anterior, el plan de Biden y AMLO va a ser insuficiente para bajar significativamente la cantidad de inmigrantes que están cruzando el territorio mexicano para llegar a Estados Unidos. En lugar de rechazarlos y culparlos por colaborar con los coyotes, los “amigos” tendrían que comprometerse a buscar estrategias para cuidarlos por su trayecto en México y prepararse para recibirlos.
Pero eso no es lo que escuché en Washington. Oí discursos muy bonitos y planes ambiciosos. Al tiempo que dos caravanas y miles de inmigrantes más se alistan para cruzar el río o el desierto. Su argumento está cargado de lógica: si más de un millón lo hizo este año, ¿por qué yo no?

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