Los mexicanos de cierta edad y buena memoria recordamos las palabras del expresidente José López Portillo que, en medio de una crisis económica por la caída de los precios del petróleo, prometió en 1981 “defender el peso como un perro.” Desde luego que no lo hizo. Como todos los priistas de esa época, prometió, mintió y no pasó nada.
Bueno, sí pasó. Esa era la época en que la economía mexicana dependía en gran escala de las exportaciones de petróleo y tenía una enorme deuda externa. Y el éxito o fracaso de la política monetaria de un gobierno se medía por el valor del peso frente al dólar. El peso, tras la perruna declaración, se devaluó de 22 a 70 pesos por dólar.
Para acabarla de amolar, y entre lágrimas, al final de su mandato en 1982 y en su último informe presidencial, López Portillo pidió perdón a “los desposeídos y marginados”, y nacionalizó los bancos. La crisis había llegado a su límite. Y eso rompía mis planes de irme a vivir a Estados Unidos.
“No te vas a poder ir m’hijo”, me dijo mi mamá, casi llorando. “No se puede sacar dinero de los bancos.” No le dije nada, fui a mi cuarto, y detrás de donde guardaba los calzones saqué un sobre blanco. Se lo enseñé a mi mamá con una sonrisa y le conté: “No te preocupes, ayer por la mañana saqué todo el dinero del banco y lo cambié a dólares.”
No era mucho dinero. Apenas unos dos mil dólares. Pero suficiente para poderme ir de México. Además, sentí que le había ganado al Presidente corrupto que había prometido defender el peso y que terminó viviendo, escandalosamente, en la llamada “colina del perro”. Dicen que cuando López Portillo iba a un restaurante, ya como expresidente, la gente le ladraba. Yo nunca lo vi.
Me fui a vivir a Los Ángeles por un año. Y, cuento corto, ya llevo 40 en Estados Unidos. Como yo se fueron muchos. Por varias razones. Porque en México no había democracia. Porque en el norte había más posibilidades de crecimiento. Porque México, a veces, ahogaba. Por la violencia, la pobreza, la desigualdad y la censura.
Actualmente en Estados Unidos vivimos unos 11 millones de mexicanos, nacidos en México. Somos los que nos fuimos. Pero no porque quisiéramos. Nadie quiere dejar su casa, su familia, sus amigos, su banda sonora, sus tacos al pastor. Nos fuimos porque había cosas que nos expulsaban de México.
Sin embargo, seguimos más conectados que nunca. La internet, los celulares y decenas de conexiones aéreas diarias nos ponen a un clic o a un salto de los que dejamos atrás. Y nunca se nos olvida enviar dinero.
México es el segundo país del mundo que más remesas recibe, según reportó hace poco The New York Times. (La India es el primero). Enviamos el año pasado más de 61 mil millones de dólares, sobre todo para que en México nuestros familiares pudieran comprar ropa, comida y tener acceso a cuidado médico.
En diciembre del 2014, las remesas reemplazaron las entradas por el petróleo como la principal fuente de ingresos para México. Por eso no es exagerado decir que millones de familias mexicanas dependen de los que nos fuimos. Y que la economía de México se sostiene, en buena medida, de los que no viven ahí. ¿Qué sería de México sin las remesas?
Lo mismo ocurre con otros países. Hay varias olas migratorias a nivel mundial – en 2020, el 30 por ciento de la población en Australia era extranjera, el 15 por ciento en Estados Unidos y el 12 por ciento en Europa – y eso lo que significa es que los países de origen, eventualmente, se benefician con el recibo de miles de millones de dólares en remesas.
Regresando a México, otro cambio importante es que el país tiene un peso fuerte. Ahora está a menos de 17 pesos por dólar; es lo mejor cotizado que hemos visto en siete años. Atrás quedaron las terribles crisis financieras causadas por los lloriqueos de López Portillo, y por el desastroso y antidemocrático traspaso de poder en 1994 de los priistas Carlos Salinas de Gortari a Ernesto Zedillo. The New York Times atribuye el actual peso fuerte a más inversión extranjera y a las prudentes políticas monetarias del banco central, entre otras razones.
Pero un peso fuerte hace que los dólares que enviamos a México no alcancen tanto. Asimismo, las exportaciones mexicanas sufren para competir en el exterior y lo hecho en México tiene que bajar sus precios ante importaciones más baratas. Aún así, tras una larga historia de crisis por un peso fluctuante y débil, una moneda fuerte sugiere estabilidad. Y más para los que alguna vez vimos nuestro destino ligado a la tasa cambiaria.
Muchas veces me he preguntado qué habría pasado, si no hubiera sacado mi dinero y comprado dólares en México, un día antes de la nacionalización de la banca y de la congelación de las cuentas bancarias en 1982. Quizás nunca hubiera sido un inmigrante. Fueron, al final de cuenta, razones de peso.
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By Roberta Pardo Editor’s note: As part of a series ahead of the general elections in November, Dos Mundos is sharing snapshots of the Democratic